Tumbes y Piura, por la frontera que ambas regiones tienen con Ecuador, se están convirtiendo en regiones peligrosas para el resto del país. Son más de mil 500 kilómetros, casi la distancia de Piura a Lima, incluyendo la Amazonía, en su mayor parte de difícil control en una zona inhóspita que constituye una coladera de personas… y con ellas el coronavirus.

Mucho del esfuerzo interno con el aislamiento social puede echarse a perder si no se controla la circulación externa. Ecuatorianos, colombianos y venezolanos, son los protagonistas de estos riesgos, lamentablemente.

Estas razones externas, y las internas ya conocidas, llevó ayer al presidente Martín Vizcarra a ocuparse, por enésima vez, de Piura y el norte, cuando dijo que “en algunas regiones falta liderazgo, vamos a necesitar que un ministro vaya o envíe funcionarios para que hagan esa gerencia y ejerzan ese ese liderazgo”.

Se vienen una o dos semanas difíciles y no podemos corrernos el riesgo de que la estrategia fracase por estas carencias de liderazgos. Pero eso no es todo. También está la inexplicable presencia de los desalentadores sociales, especie de máquinas del desánimo, personajes tóxicos, casi anónimos que ven siempre el vaso medio vacío, el lado negativo, los que están atentos al mínimo error del gobierno y parecen regocijarse con él.

Las redes sociales tienen un espacio para esta gente de mala sangre, que guarda odios y rencores, y vaya uno a saber qué traumas de la vida que no logran superar y perdonar. Es como si estuvieran esperando más muertos, más infectados, más equivocaciones para gritar “yo se los dije” y cantar una victoria que no sería otra que el fracaso de todos, del país y de nuestra sociedad hoy, empeñados en sobrevivir. Guarden sus nombres y recuérdenlos, que siempre están buscando el presupuesto público. Lo probaron y les gustó. Así no se juega.