Hace 31 años, cuando la hiena llamada Abimael Guzmán fue capturada junto a la cúpula de su banda en una cómoda casa de Surquillo, muy lejos de los lugares inhóspitos a donde este salvaje mandaba a morir a sus seguidores, los peruanos recibimos una de las mejores noticias de nuestra historia. Sucedió cuando Sendero Luminoso había desatado una brutal ofensiva en Lima, a fin de hacer creer que estaban cerca de tomar el poder para instalar un régimen de terror como el de Pol Pot.
El arresto de Guzmán por parte de los brillantes policías del Grupo Especial de Inteligencia (Gein) se dio luego del asesinato de María Elena Moyano, de atentados como los de Canal 2, el del edificio Solgas en el cruce de Javier Prado con Aviación, el de la Embajada de Japón en la avenida San Felipe y el mortífero cocha bomba de la calle Tarata, entre otras acciones criminales. Aparte, los cortes de luz y agua eran cosa de todos los días. Era la capital del Perú en 1992.
La moral del país estaba por los suelos y el que podía se iba de acá. Todo aquel que salía de su casa no sabía si al ir en un auto, una combi o a pie, iba a tener la desgracia de pasar por la puerta de una agencia bancaria o una entidad pública justo en el momento de ser atacada con un coche bomba a plena luz del día. Personalmente, recuerdo que estudiaba muy cerca de la avenida San Felipe y que el atentado contra la Embajada de Japón sucedió antes del mediodía. El estruendo fue brutal.
Lamentablemente, los terroristas y sus aliados de cierto sector de la izquierda han tratado de reescribir y “blanquear” la historia. Ya no son “terroristas”, son “alzados en armas” o “revolucionarios”. No querían tomar el país a sangre y fuego para instaurar un régimen genocida, sino que buscaban la “justicia social”. El cabecilla máximo no era un criminal, sino “el doctor Guzmán”. Ah, y el que llama las cosas por su nombre, es acusado de “terruqueo”. Así estamos.
El Perú jamás debe olvidar lo que se vivió por acción de una horda, sean de Sendero o del MRTA. No debe de haber mayor distinción entre estas bandas de delincuentes que hicieron lo mismo: desatar un baño de sangre y matar a gente inocente porque se les ocurrió, porque les dio la gana. ¿Lucharon por los pobres y necesitados? Falso, los mandaron a morir como carne de cañón, mientras Guzmán chupaba whisky con sus mujeres y Víctor Polay tomaba cafecito en San Borja.