En los inicios del periodismo, más o menos como lo conocemos, en los albores del siglo XX, la práctica periodística tenía mucho que ver con la propaganda, con lo ideológico. Era, pues, un periodismo panfletario, en buena parte impulsado por las tendencias anarquistas y de los movimientos obreros. Tuvieron que pasar algunos años, décadas, para que el periodismo adquiera toques de modernidad, pluralismo, información dura e investigación al margen de la ideología.
Hoy, siento que el periodismo ha regresado a esos años iniciales y panfletarios. Es verdad que es mucho más informativo, pero las tendencias en redes sociales y lo tribal imponiéndose en la opinión pública marca sin duda también las narrativas de los medios. Los medios no han podido escapar a esos huracanes tribales, propios del prejuicio y la segmentación ideológica.
Es verdad: es legítimo que un medio periodístico tenga una línea, un concepto de ideas que subyacen en él. El problema es cuando termina siendo dominado por el prejuicio, un enemigo natural del buen periodismo, que consiste en buscar la verdad por encima de esas cuestiones preconcebidas y las creencias propias del estereotipo.
Son tiempos duros, lo sabemos. En los que tener sentido común parece ser anormal o pecaminoso. Pareciera que en esta coyuntura hay que ir a morir con una camiseta ideológica y no hacerse preguntas problemáticas. El prejuicio está venciendo a la búsqueda de la verdad, piedra angular de todo periodismo.
Las nuevas generaciones y sus innovaciones podrían dar la pelea en esta espiral que amenaza con llevarse los últimos rastros del buen periodismo. El periodismo, finalmente, es también responsable y copartícipe del fracaso o éxito de una sociedad.