Lucía Magdalena es una niña cerca a los 10 años que está en cuarto grado de primaria. Es hija de una familia joven cercana. Hace varios años que nos comentan que su pupila es una alumna que destacaba en el colegio porque siempre atendía las sesiones presenciales, no jugaba ni conversaba con sus compañeros salvo cuando había trabajos y exposiciones grupales. En las actividades deportivas cumplía con sus rutinas y destacaba en las clases de música, especialmente de piano. No tenía muchas amigas, pero las suficientes en sus relaciones personales. La mamá hacía énfasis, cuando nos encontrábamos, que era de una de las mejores de su salón en rendimiento escolar.

Hace unas semanas tuvimos un encuentro vía zoom. Y me comentaron nuevamente la mamá y el papá, entre otras cosas, que ellos hacían trabajo remoto y que sus hijos tienen clases virtuales –dentro de las difíciles circunstancias que viven en el hogar por la pandemia– bastante aceptables. Pero, nuevamente hicieron énfasis que Lucía Magdalena se levantaba temprano, participaba en las actividades educativas, se organizaba sola para hacer sus tareas, y también para compartir momentos de ocio con sus hermanos. Sus padres la califican como juna “alumna aplicada”, pero haciendo énfasis que es inteligente (desarrollo cognitivo-intelectual).

En realidad, lo afirmado es correcto. No obstante, lo que debiera explicitarse es que además de lo señalado, en la mayoría de estos casos en el desempeño educativo de los escolares lo sustantivo es su desarrollo socio emocional que –como lo señala Erik Erikson en su teoría del desarrollo psicosocial– es, sin duda, su confianza básica, autonomía, iniciativa y sentido de laboriosidad en el marco de una buena autoestima. Lo cual no siempre se visibiliza y se verbaliza en el hogar y en la escuela. Cuento esto sobre esta “alumna aplicada” porque Lucía Magdalena es mucho más que una niña de buen rendimiento “académico”. Es una persona con un buen desarrollo humano.