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La Copa Libertadores vuelve a ser, como cada año en las últimas décadas, ese presupuesto fijo de desdicha que ya hasta parece que cada vez lastima menos orgullos. El trance es habitual, la incapacidad para poder representar al país con altura es palpable. Universitario se despidió -con blooper incluido- y, a los pocos días, Melgar hizo lo mismo ante un equipo chileno que está en Segunda División. Sí, uno de los candidatos al título peruano se fue de la Copa cayendo ante un cuadro de Segunda.

Todavía resta ver lo que puedan ofrecer Alianza Lima y Real Garcilaso, pero la perspectiva no es la mejor. Los equipos peruanos no parecen tomar en serio el desbalance que evidencian año tras año en el torneo más importante del continente ni el desprestigio al que el país queda sometido. Basta con ver las plantillas de ambos clubes, centrándonos en el campeón nacional. Alianza no ha contratado pensando en la Copa: lo que el equipo victoriano ha hecho es pretender mantener una base que le dio el título el año pasado y, en la medida de lo posible, reeditar lo logrado en 2017, repetir aquello que -según entienden- hicieron bien. Jamás se consideró en competir, al menos eso es lo primero que uno piensa si nos percatamos de que no hubo rigurosidad al momento de pensar en el gol. Los fichajes son simples relevos de aquellos que se fueron y ni siquiera han logrado suplir esas ausencias en lo poco que han mostrado. Es posible que se recurra a la muletilla de argumentar que “no estamos para pensar en grande”, pero tampoco se puede entregar el honor a ese nivel. Es verdad que el partido ante Boca Juniors aún no se juega; pero, si la lógica se impone, el resultado ya lo conocemos. Alianza apelará -en función de lo que tiene- a lo impensado, a la gesta, a la epopeya y al milagro; estos elementos son harto conocidos en el universo fútbol, pero jamás deben ser parte del presupuesto de ningún equipo que se precie de ser grande o -cuando menos- serio.

Además, está la visión de la administración victoriana de proyectar un ingreso cercano a los cinco millones de soles para el partido ante los argentinos. El accionar fue preciso: se programó el duelo en el Estadio Nacional con precios altos, pensando en una taquilla importante; eso es lo que cualquier administración con dos dedos de frente haría: aprovechar un contexto como este, en el que un equipo con una reputación brutal y con la presencia de una leyenda viva y vigente, como lo es Carlos Tevez, viene a Lima. Sin embargo, también parte de la previsión debía estar dirigida a armar un equipo competitivo, que dé pelea y deje constancia de la presencia del campeón peruano en el certamen. No basta con pensar en llenar las arcas; también debe pensarse en que el fútbol peruano cada vez adquiera respeto. Curiosamente, la clasificación al Mundial de nuestra selección fue un punto de partida para alcanzar ese objetivo, pero los equipos peruanos parecen apuntar hacia otros objetivos.