Fui el último de los observadores internacionales en dejar Venezuela y el mismo día que lo hacía, Nicolás Maduro mandó sobrevolar por el cielo de Caracas aviones de combate que, por el estrepitoso ruido que provocaron al pasar prácticamente al ras de la ciudad, llamó la atención de la gente. Quería otra vez infundir temor. No tranquilo ni contento con lo anterior, ayer volvió a amenazar a la oposición con arengas dirigidas a interminables batallones de soldados. Finalmente, su aparato publicitario ahora está difundiendo declaraciones de los pocos chavistas que aún le quedan al régimen, proclamando lealtades en la hora aciaga por la aplastante derrota del domingo 6 de diciembre (6D). Maduro, en consecuencia, no sabe perder, y eso es muy malo mirando el panorama político que se avecina a partir del 5 de enero en que se instalará la nueva Asamblea Nacional que será presidida y controlada por la Mesa de la Unidad Democrática, el mayor bloque opositor a la dictadura que logró los 2/3 de los escaños al sumar 112 diputados (supermayoría calificada). El burdo discurso de Maduro destaca por su contenido agónico envuelto por una falsa idea de liderazgo. La “revolución” chavista ha fracasado y eso no es obra de la oposición venezolana sino de la enorme disidencia chavista que está cansada de hacer largas colas para conseguir algo para comer y que ven morir a diario a la gente en un país totalmente inseguro. Si Maduro no acepta el derecho e impone el hecho por la fuerza, va a terminar muy mal, por eso los militares que lo saben -conociendo que el mundo está notificado del resultado del 6D- lo están pensando dos veces.