En el dictado de mis clases de Teoría de las Relaciones Internacionales siempre hay espacio para la Virgen María. No la abordamos desde una construcción teológica sino desde su ubicación en el comportamiento de la sociedad internacional. Por ejemplo, la presencia de la Virgen de Guadalupe -el pasado 12 de diciembre se ha celebrado el 485° aniversario de sus manifestaciones en el Cerro de Tepeyac- fue central durante la Revolución Mexicana iniciada en 1910 y que luego acabó con los más de 30 años en el poder del dictador Porfirio Díaz. Las fuerzas de Emiliano Zapata y de Pancho Villa durante el fragor del conflicto encontraron en tan emblemática y celestial virgen la fortaleza para lograr sus objetivos, que consideraban justos merced a la desigualdad existente. Por esos mismos años, en plena Primera Guerra Mundial, la Virgen de Fátima, en Portugal, se aparece a tres pastorcitos el 13 de mayo de 1917, dando señales al mundo de lo que se le venía. Eran los tiempos en que comenzaba a ganar espacio el ateísmo en algunos países, principalmente los que estaban asociados a la Revolución bolchevique, que ferozmente acabó con la Corte zarista de Nicolás II en Rusia. Para nosotros los peruanos, sobre todo para los norteños, la fiesta de la Virgen de la Puerta, que hoy se celebra en Otuzco, la bella serranía de La Libertad, marcó muchos episodios de la resistencia durante la Guerra del Pacífico, cuando las fuerzas chilenas comenzaron a saquear y quemar los cañaverales si acaso los lugareños no entregaban los cupos de guerra requeridos; y paro de contar, pues la figura de María ha sido clave en el decurso de diversos hechos mundiales.