De la palabra a la acción hay un solo y pequeño trecho. Las palabras son muy importantes, pesan y apuntalan lo que luego ocurrirá. Hace tiempo que la violencia se incuba en nuestra política desde las palabras, las expresiones de uno y otro lado. Ejercen violencia muchos desde sus gremios, sus radios en regiones, desde las arengas de Pedro Castillo y su expremier Anibal Torres en las plazas; así como también desde las palabras de ciertos líderes de opinión de Lima, desde el Congreso, donde los ataques verbales parecen reflejar a la perfección el abismo que nos separa.

Y los gestos también importan. Esa selfie de celebración de los congresistas el día que Castillo cayó tras su fallido golpe de Estado, ¿era necesaria, más aún tomando en cuenta la gran desaprobación que exhiben? Y cuando las primeras protestas empezaron a surgir, encima, un conductor de TV, envanecido y envalentonado por lo que consideraba una victoria, exigió que las Fuerzas Armadas le metan un balazo en la cabeza a los manifestantes.

Las palabras son muy importantes. Cuidado. Por eso ahora vemos el peor escenario, con convulsión social en distintos rincones del país. La protesta puede ser legítima, pero tampoco podemos justificar la violencia, el ataque a la gente y a las entidades que nada tienen que ver aquí. Por supuesto que también debemos identificar qué pasó para que hayan caído fallecidos 7 personas y, peor aún, dos menores de edad.

No se puede pedir paz mientras la clase política se sigue insultando a mansalva, como ha ocurrido en el Congreso. No podemos pedir paz mientras que en las redes sociales tipos de los dos bandos en disputa se amenazan y arman su propia versión virtual de la Guerra Fría a la peruana.

Calma, grandeza, humildad, diálogo y capacidad de desprendimiento se necesitan ahora. Ni una vida más, ningún policía herido más. Matarnos entre nosotros no traerá solución alguna.