Veo el . Herido en el piso levanta las manos cuando ve venir a su ejecutor, que se acerca al trote con un AK-47 en la mano. Se escucha que intercambian palabras a los gritos, luego se ve un único disparo a quemarropa. El asesino sigue trotando; ni siquiera se detuvo para matar. La redacción, como el resto de redacciones del mundo, asumo, todavía está conmocionada a estas alturas del día.

El debate es intenso por todos los medios. En un país tradicionalmente cristiano (en todas sus variantes) como el Perú, comparar la brutalidad de los fanáticos que atacaron el semanario  con los excesos del cristianismo a lo largo de 2 mil años es bastante fácil. Desde la Inquisición hasta los curas violadores hay material de sobra. Pero resulta tonto que se aproveche este crimen para atacar a otra religión, como si lo que necesitaramos a estas alturas es más desencuentros y polarizaciones.

Cuestionar la legitimidad de la indignación del asesinato de 12 seres humanos, entre ellos 10 periodistas, diciendo, ay sí, bien que aquí se hizo tal y tal y tal. Que se hizo. Y los ateos atacando cualquier religión más o menos con el razonamiento de que hay que ver cómo son estos creyentes lobotomizados, matar en nombre de un Dios que no es más real que Gokú o el Conejo de Pascua.

¿Son necesarias esas reflexiones justo ahora?

Y están también los que opinan que se lo buscaron. Claro. Cualquier periodista que se meta en aguas musulmanas sabe, hasta el más despistado, que para el Islam es ofensiva la representación gráfica del profeta Mahoma. Que está prohibida por las enseñanzas mahometanas o Hadiz (mas no en el Corán, me parece) y que si sacas una portada con un dibujo de Mahoma, y encima este sale diciendo -por citar un ejemplo- “es difícil ser amado por idiotas”, lo que estás pidiendo a gritos es un cuchillo en la garganta o un tiro en la cabeza. Que es finalmente lo que pasó. O sea, que murieron por su propia torpeza. O viveza.

En el país de la Libertad, Igualdad y Fraternidad. De la Ilustración y de la Enciclopedia.Todas ellas que parieron una sátira como no se ha visto por ejemplo aquí mismo en Perú. Sátira dura y ácida. Provocadora, irreverente, hecha para enroncharte allí donde te pica. Que lo mismo sacaba en un número a la Virgen María con las piernas abiertas alumbrando a un cachoso niño Jesús, y al siguiente al presidente francés Francoise Hollande con los testículos arrancados y puestos sobre la cabeza mutilada y la lengua afuera.

Y la imagen de Mahoma, por supuesto. No una si no muchas veces. El profeta que no puede ser dibujado. De rodillas -otro ejemplo- a punto de ser degollado por un fanático. De negro, encapuchado, tal cual los atacantes de hoy. “Pero yo soy el profeta, tarado”, dice. “Cierra el hocico, infiel” le responde.

Aunque lo que hayas querido hacer con la sátira sea precisamente criticar a ese fanatismo ciego, necio, brutal, intolerante, unidireccional, que al final -ironías de la vida y de la muerte- terminó dándoles la razón a costa de sus vidas.

Caricatura tomada de 

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