A tres días del primer Mensaje a la Nación del presidente Pedro Pablo Kuczynski, el país espera que ese discurso sea un quiebre, una bisagra, un punto de inflexión. Es cierto que el Perú tiene pendiente una transformación social a gran escala, que incluye reformas de gran envergadura, pero exigirle a este gobierno una obra tan vasta no haría más que complicarlo a sabiendas que mantiene serios problemas de cohesión, carece de operadores políticos y no tiene mayoría parlamentaria. Es el reino de la improvisación camuflada bajo la eterna carátula del cambio. 

Siendo lo que es, un régimen imprevisto y con estrechos márgenes de acción, tal vez haría bien en dosificar sus metas y priorizar sus objetivos, colocando en orden superlativo los que estén a su alcance. Por ejemplo: 1) No más Chinchero, no más sospechas de lobbies, extraños conciliábulos sospechosos y tratos bajo la mesa. 2) Orden en la economía. Nada de dudas sobre los niveles de inversión pública, la reducción del IGV o los proyectos prioritarios. 3) Lucha frontal contra la corrupción. Basta ya de idas y vueltas en el Consejo de Defensa Jurídica del Estado e independencia en la función de los procuradores. Más agilidad en lo que le compete en la extradición de Alejandro Toledo y autonomía para la Contraloría General. 4) Seguridad ciudadana, salud y tránsito. Los tres problemas que torturan a los peruanos, que los deprimen, los enajena y cercena sus vidas. Si para el 2021 podemos caminar sin temor por las calles, ir a un hospital público sin que parezca que nos mendigamos esa atención y si podemos llegar en un tiempo prudencial a nuestras casas y nuestros trabajos sin comparar al tráfico con el infierno, Kuczynski podrá decir que ha cumplido. No le pedimos más.