La última vez que vimos un Consejo de Ministros donde había que pedirles a los ministros que bajaran el tono porque opacaban al presidente fue con Ollanta Humala.
Con Alejandro Toledo y su destierro voluntario en Punta Sal, fueron sus ministros quienes condujeron al país, haciéndolo bastante bien. Por su lado, Alan García convocó un espectro amplio de líderes, disponiéndose como árbitro de última instancia entre ellos y lo hicieron bien.
Ollanta Humala luego de su primer gabinete encontró una fórmula donde pudo transitar a amplios consensos y surgieron liderazgos que han configurado el mapa electoral en las elecciones posteriores. Con PPK hubo buenos técnicos, pero sin experiencia política, llevándolo a una crisis de gobernabilidad –escenario parecido al de Guillermo Lasso en Ecuador -.
Fue con Vizcarra que se inauguró la primacía de la lealtad sobre la preparación en el Consejo de Ministros, donde se decantó por “personas del terruño” sobre la experiencia y formación técnica para ocupar puestos claves en el gobierno. Así mismo, su apuesta de mantener a toda costa niveles altos de popularidad, no permitía competencia alguna.
Con Pedro Castillo los ministerios casi que se vinieron abajo con amigos leales poco preparados. Cuando asumió Dina Boluarte el primer gabinete tuvo una interesante composición, que se fue alterando debido al desacuerdo con la respuesta de las FF.AA. a las protestas violentas, quedando con una conformación poco idónea donde prevalece nuevamente la lealtad, basta mirar el nombramiento de Ninoska Chandía en IRTP.
La Presidenta en lugar de cosechar gobernabilidad con ministros preparados, puede perder la que tiene, ya que siguiendo el ejemplo de Vizcarra y Castillo puede terminar como ellos, donde más temprano de lo esperado sus gobiernos terminaron.