Por Javier Masías @omnivorusq
Los comensales peruanos perdonan el pecado pero no el escándalo, o al menos eso es lo que se desprende de una reciente ocurrencia en torno a la última edición de Mistura: a días del cierre de la feria, el crítico gastronómico español Ignacio Medina, radicado hace algunos años en Lima, publicó en el diario El País una demoledora crítica al evento. La titula “La agonía de una gran feria” y empieza diciendo que “Mistura se apaga”. Sigue denunciando muchos de los males que la aquejan, males de los que no se habla por primera vez -el descontento periodístico con la feria se inició en esta columna, como saben quienes me leen, en una nota publicada en abril del 2014-, pero que se han ido agudizando con el paso de los años hasta hacerse visibles hasta para los asistentes: falta de patrocinadores, desorganización, stands vacíos, un tamaño elefantiásico e inmanejable para la actual gestión, y una incomprensible distancia de Apega con los cocineros que fundaron el propio evento. Pero es la primera vez que se publica una opinión contraria en un medio internacional de esa credibilidad, la edición latinoamericana del diario El País de España.
Como consecuencia se generaron reclamos de todo tipo, el más notorio, de Raúl Vargas, que le recordó en una transmisión radial su extranjería, implicando que esa condición lo inhabilitaba para opinar. Otros comentaristas, mucho menos visibles, han querido descalificarlo señalando que critica pero asiste de todos modos al evento, como si la asistencia o ausencia implicara de alguna manera una toma de posición, una suerte de “no se habla con la boca llena”.
Medina no es santo de mi devoción, pero en esto tiene razón. Criticar al mensajero y no el fondo del mensaje es hacer oídos sordos a reclamos que truenan por todas partes. Lo que dijo en su columna, es lo que se escucha desde hace años de los colegas del rubro que han venido en años anteriores a cubrir Mistura y me lo volvieron a decir al menos tres periodistas internacionales que cubren el evento año tras año, a veces invitados por PromPerú: la feria se cae, o al menos así lo parece. Decir lo contrario, tal como asevera Bernardo Roca Rey, presidente de Apega, en un artículo publicado en El Comercio, es negar lo evidente: que los gestores de Mistura recibieron de la administración anterior el congreso más importante del continente americano, y que de eso no queda ni sombra; que recibieron una feria que todas las empresas se morían por financiar y que hoy los grandes auspiciadores rehúyen; que aquí vinieron los mejores cocineros del mundo a hacer historia, y que hoy no están ni les importa. Si la edición de este año es mejor que la anterior, ahora es una feria de comida, una suerte de kermese gigante y no un espacio de transmisión y difusión de conocimiento gastronómico. Reducir este escenario a una crisis de comunicación sería un eufemismo.
Mucho de esto tiene que ver con el partido que viene jugando -y perdiendo- Apega, la Asociación Peruana de Gastronomía que organiza la feria. Cuando la fundó Gastón Acurio la idea era que fuera un espacio para que los cocineros, restauranteros y la comunidad gastronómica en general pudieran aportar al desarrollo de su país. Mistura surgió como un evento de promoción, integración y transmisión de conocimiento que se construía sobre la plataforma de Apega, pero ambas entidades tenían financiamientos independientes.
En los últimos años y con la nueva administración, la situación cambió. Mistura pasó a financiar a Apega, organización que se ha vuelto parasitaria y misturadependiente, una suerte de Saturno que devora a sus hijos. Sin los recursos del evento sería inexplicable e insostenible la existencia de esta ineficiente burocracia a la que se acusa de incapacidad para generar acuerdos razonables con auspiciadores. Sin respaldo, credibilidad ni el apoyo de los cocineros, esta burocracia ha decidido cerrarse sobre sí misma e impermeabilizarse ante las quejas.
Por ejemplo, antes de iniciada la edición de este año, Mariano Valderrama minimizó los reclamos al acusar a la crítica de elitista en la revista H señalando que los periodistas “no pueden entender Mistura porque esta tiene una raigambre democrática”, algo que definitivamente no se nota en el comportamiento de la organización: Valderrama ha pasado de ocupar una posición en el consejo directivo a ser el gerente general y nada se hace sin su venia. A pesar de que los reclamos se intensifican año tras año no parece tener interés en dar un paso al costado e incluso, en una entrevista publicada en el portal gastronómico El Trinche, señala que el resultado de Mistura es “enormemente satisfactorio y tremendamente positivo”, una declaración cuando menos inexacta dado el contexto.
Es difícil comprender la situación de Roca Rey, presidente de la entidad y propulsor de la cocina novoandina. Exige de su parte mostrar signos de apertura y cambio en la organización que lidera, si quiere, como ha declarado, que Mistura sea un sinónimo de peruanidad tan loable como Machu Picchu. Basta una revisión a los libros de historia para notar que si bien son la forma de gobierno más frecuente en estas tierras, todas las dictaduras se caen y que cuando alguien se atornilla en un cargo, la única salida es por la puerta falsa y la única renuncia posible, por fax.