Somos un país sin memoria. El Perú es la patria del eterno retorno y aquí la mayor parte de la población adolece de un Alzheimer colectivo. Gran parte de nuestra fatalidad republicana se origina en la propensión al olvido del pueblo peruano. Por esta precariedad en la memoria, es fundamental grabar en el bronce ciertas verdades de sentido común que la izquierda ideologizada pretende tergiversar.

Nada, absolutamente nada justifica el asesinato por motivos políticos. El terrorismo quiso desaparecer al Estado democrático. Los terroristas optaron por la violencia en una sociedad democrática. El Estado, que está legitimado para utilizar la violencia, se defendió. Los terroristas estaban decididos a eliminar de la faz de la tierra al Estado democrático peruano. Buscaban implantar a sangre y fuego una sociedad comunista-maoísta mediante la aniquilación del Estado y de los demócratas. Una forma sibilina de apoyo consiste en justificar el terrorismo por motivos sociales. El que justifica el terrorismo bajo diversas premisas (“la pobreza”, “el desborde popular”, “la plutocracia”, “el militarismo vende-patria”) sigue el juego de los terroristas regalándoles un balón de oxígeno.

El terrorismo no está derrotado en este país. Por eso, el Estado tiene que adelantarse al terrorismo. El radicalismo senderista, en el país de la tibieza, fue capaz de jaquear a la sociedad por veinte años. Para dilatar el resurgimiento terrorista es preciso apelar a las viejas recetas: MUERTE CIVIL PARA LOS TERRORISTAS. Los terroristas no deben participar de la política. La sangre que gotea de sus manos los proscribe del bien común. Perú : he aquí a tu enemigo público.