Todo parece indicar que Aníbal Torres cumplió su última misión como premier al robarle la “bala de plata” al Congreso, interpretando el rechazo de su mesa directiva al pedido de confianza sobre la ley de referendos, como una negación fáctica —al estilo de Martín Vizcarra—. Con su renuncia, sellaría esta movida política que dejaría a los congresistas contra la espada y la pared, de llegar a interpretarse de esta manera.

Pero este proceder del Ejecutivo no es fácil de analizar, en primer lugar porque en todos los conteos y en las votaciones de los pedidos de vacancia ha sido Pedro Castillo el triunfador; en las únicas votaciones donde no logró su cometido fue en las de los 5 ministros censurados, pero incluso el último intento de censura, el de Willy Huerta, no prosperó.

Los congresistas aliados del Gobierno han hecho alarde de su buena relación con el Ejecutivo, aceptando no solo las invitaciones a Palacio, sino apareciendo en eventos públicos con el presidente, de allí que la gran pregunta es si el escenario es tan beneficioso para el Gobierno ¿por qué busca estropearlo? ¿No es mejor este Congreso sumiso que uno nuevo que pueda contar con una mayoría hostil al Gobierno, como le tocó a Martín Vizcarra? ¿O es que acaso se trata de no tener Congreso sino Asamblea Constituyente fáctica?

Es en este momento donde José Williams, como presidente del Congreso, deberá demostrar no solo el temple del que está hecho, sino también su muñeca política, aquella que le faltó a Pedro Olaechea, con la salvedad de que aquí está en juego la Constitución, algo que no ocurrió hace 3 años, por lo que las consecuencias de una improvisación podrían ser mayores.

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