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Adam Grant reflexiona sobre lo contraproducente que resulta ser un alumno que siempre aspira a la nota máxima, ya que esos puntajes no se correlacionan mucho con el éxito en la trayectoria profesional más allá del primer año de trabajo, desapareciendo después. En cambio, puede significar un freno para alcanzar las más grandes metas en la vida (What Straight-A Students Get Wrong, NYT 11/Dic/2018). Considera que las calificaciones académicas pocas veces evalúan cualidades como la creatividad, el liderazgo y la capacidad de trabajar en equipo, o la inteligencia social, emocional y política. Habida cuenta que el éxito profesional muchas veces no consiste en encontrar la solución adecuada para un problema, sino encontrar el problema adecuado para darle una solución, eso se hace difícil para quien se entrena a adecuarse a las normas establecidas por otros, renunciando a su originalidad.

Karen Arnold siguió a graduados con las mejores calificaciones y encontró que difícilmente lograban alcanzar las más altas jerarquías, por no ser los más visionarios del futuro, dado ese afán de adecuarse al sistema más que disrumpirlo. Suelen ser estudiantes que prefieren los cursos más fáciles para no fallar ni salir de su zona de confort, ya que no están dispuestos a arriesgarse a tener notas menores. Con ello, se pierden la oportunidad de aprender de sus fracasos y tropiezos, que suelen ser fuente de experiencia y resiliencia.

Mi padre solía decirme: “Te deseo que seas el tercero. Con ello estás muy bien, pero no te estresas como el primero, ni sientes que siempre pierdes como el segundo”. ¿Tenía razón?