Hay partidos políticos cuyos dirigentes parecen haber confundido su función, de tal manera que están comportándose como empresarios en busca de un gerente que los lleve al éxito. Por eso, cabe la pregunta: ¿estamos consolidando agrupaciones políticas? Por lo visto, no.
El problema no es el pragmatismo aplicado en los últimos años por ciertas agrupaciones políticas que aún no han llegado a ostentar el poder de un gobierno central. Si bien no renuncian a su fin supremo respetando las reglas democráticas, sí logran ubicar al país por debajo de sus intereses particulares.
En los últimos días hemos visto que han aparecido ciertos nombres como posibles candidatos presidenciales, pese a que aún no han sido elegidos mediante una contienda interna, como manda la ley. Pero, ya estamos asegurando que se impondrán porque así lo manda la dirigencia.
El problema se presenta en el caso de llegar al objetivo. Sin una militancia que legitime el liderazgo es muy fácil que las cosas acaben mal. Renuncias, traiciones, entre otros cuchillazos terminan por desestabilizar una administración. Es lo que no se desea, pero se corre el riesgo.
Para evitar cualquier peligro desestabilizador es que la gente vota por la agrupación, o, al menos, así debe ser. Los individualismos nunca han sido buenas alternativas de los partidos. Al final, al no estar sometidos a una ideología, ni ser presidentes del partido que los lleva a ser candidatos, se les permite el libre albedrío.
La eficiencia orgánica y el liderazgo de un partido tampoco garantizan la estabilidad de un gobierno. Sin embargo, le da cierta potestad al ciudadano a exigir el cumplimiento de sus planes, mas no así cuando se trata de un invitado utilizado solo para conseguir ganar las elecciones.