Nuestro país tiene una larga historia de personajes comprometidos con la libertad de expresión y con la defensa de la información pero en los últimos años también hemos visto el desarrollo de un tipo de comunicación poco ética, cuestionable y promotora de fake news. Un grupo de “comunicadores” (entre ellos algunos periodistas) tomó la decisión de comprometer su ética para poner su profesión al servicio de intereses políticos, económicos e individuales. Este grupo de comunicadores caviares, que se encontraba en la cúspide de los medios de comunicación más reconocidos, fue poco a poco expectorado por su mala praxis. Pero encontraron un nicho de mercado en las redes sociales donde aprovecharon a miles de incautos para ganar likes, monetizar sus visualizaciones y hasta recibir auspiciadores.

El tiempo le abrió los ojos a la gente: se comprobó que su verdadero objetivo no era informar sino servir como difusores de las ideas de políticos caviares y funcionar como mercenarios políticos contra sus opositores. Defendieron a PPK para luego acuchillarlo por la espalda, idolatraron a Vizcarra sin ninguna critica a sus miles de denuncias de corrupción y mal manejo de pandemia. Crearon un mito de Sagasti quien se fue sin pena ni gloria de la presidencia, y demolieron sistemáticamente a sus opositores.

Los ciudadanos abrieron los ojos y entendieron que pagar una suscripción de $10 al mes no tenía sentido para recibir fake news y mensajes ideológicos de políticos fracasados. Ahora este grupete se quedó sin financiamiento público (consultorías, publicidad), sin auspicio privado (ellos mismos destruyeron la economía al apoyar a Castillo) y sin suscriptores (por violar la ética periodística). Esta crisis de los influencers caviares tocó fondo con la cancelación de sus programas y con la solicitud de limosnas en formato de transferencias YAPE. Pasaron de tenerlo todo a a pasar sombrero, tremenda lección para los estudiantes de periodismo: Faltar a la ética tiene consecuencias.