Primero fue la fallida descentralización que impulsó Toledo y que ha logrado hasta hoy solo grandes y escandalosos focos de corrupción regional. Por citar solo algunos: el Ancash de Álvarez, el Cusco de Acurio, el Junín de Cerrón o la Moquegua de Vizcarra y un largo etcetera. Son ejemplos verdaderamente repulsivos, son ejemplos de saqueo del erario. Y en estos últimos años estamos viendo otros fenómenos igualmente nefastos. Uno de ellos es la ausencia de una mínima estabilidad política y de gobernabilidad impulsada y potenciada hoy por un Ejecutivo dubitativo.
En los últimos siete años contabilizamos cinco gobiernos y decenas de gabinetes, ergo centenares de ministros y miles de funcionarios. Y hoy, para terminar de estresarnos como país los tres poderes: Ejecutivo, Legislativo, Judicial, con otros sacha poderes ocultos: el electoral, el Ministerio Público, la Junta Nacional de Justicia y la Defensoría del Pueblo, han dejado de funcionar como engranajes de una democracia para transformarse en auténticos feudos, con todopoderosos señores y su séquito que pareciera se repartirían la torta del poder ( y la marmaja) en el Perú, muchas veces a navajazos y machetazos.
Un país como el Perú lo que menos necesita es generar un clima de inestabilidad que sí o sí postergará más las inversiones, que además hará que los escasos recursos de una economía subdesarrollada se dilapiden en proyectos que terminan en un fracaso o gastados en bonos que no solucionarán la causa del problema.
Me quedo corto afirmando que el país esta estresado. Está mucho más que eso y avizoro válvulas de escape impulsadas por sectores extremistas que pueden agravar más la situación. Lo que menos necesitamos es el regreso de una crisis como la de la década de los 80 y hacia allí pareciéramos dirigirnos.