Que cada 24 horas haya un atentado contra una empresa de transporte público en Lima y Callao me trae el fresco recuerdo de la misma situación vivida en Trujillo, donde quemaban vehículos a diario para enviar un mensaje de terror a quienes se resistían a pagar un cupo extorsivo: era plata o plomo.
Un sol por cada vuelta del bus con pasajeros parecía un monto insignificante; pero, multiplicado por mil vehículos que circulan de 10 a 12 veces por día en sus rutas, la cifra se volvía un negocio rentable para el hampa. Y así comenzó el auge de la extorsión que las autoridades de turno no supieron combatir.
Cuando la extorsión no tenía el efecto esperado, los criminales incendiaban la herramienta de trabajo de los empresarios del sector transporte. Lo padecieron también los choferes y cobradores, algunos de ellos no vivieron para contarlo. ¿Saben cuándo ocurría esto en Trujillo? Hace 20 años. Claro, era provincia y los reflectores solo servían para graficar el morbo.
Lo que vino después fue increíble. A falta de empresas de seguridad y policías que frenen la extorsión, los indeseables sacaron su RUC y oficializaron su negocio en Sunat y los registros públicos, con lo cual habían comenzado a lavar su dinero. Años después, en operativos policiales se reveló que estos contribuyentes eran millonarios.
Los extorsionadores se volvieron empresarios y hasta brindaron sus servicios en entidades públicas. Por supuesto que se presentaban en consorcios. Habían logrado su objetivo: ser una organización criminal de bienes y servicios. Por supuesto que nunca dejaron de delinquir, ni de quemar vehículos de transporte público en Trujillo. Hoy, Lima es un calco de lo que se vivió en el norte.