Abundan los que han considerado y consideran que los cuestionamientos, medidas y apelaciones presentadas por Fuerza Popular no han constituido más que una pataleta propia de la piconería de unos infelices perdedores. Pero la verdad es que no ha sido así.

La verdad es que han existido elementos suficientes que ameritaban una investigación exhaustiva, una indagación o una auditoría, pues no en vano salieron audios en los que se ordenaba capturar las mesas de sufragio, chats de Los Dinámicos del Centro con el nombre “miembros de mesa” y en los que se pedía borrar información, actas mal sumadas adrede, al estilo venezolano, para anular mesas en las que había ganado FP y firmas de dudosa veracidad, que el propio JNE reconoció que deberían ser cotejadas por el Ministerio Público.

Pero el antifujimorismo se ha extendido a todos los estamentos, se encuentra insertado en el JNE, en el propio gobierno y el sector judicial, una parte del Ministerio Público y por si fuera poco opinólogos y periodistas se han encargado de reedituar sus odios y arrojar sus miasmas, de actualizar la histórica miseria con la que analizan los eventos políticos no solo con una postura preconcebida sino cargada de un aterrador fuego alimentado por la inquina.

Allá la estatura de sus almas, pero si algo ha faltado en este proceso es ponerse en el lugar del otro. Observar sus motivaciones, el rigor de sus reclamos, la magnitud de las pruebas y, ante la más mínima duda, actuar, no para satisfacer caprichos o mezquindades sino para arribar a la verdad, aquella que emerge tarde o temprano y que no sabe de calendarios, proclamaciones o juramentos.

Porque si de algo todos debemos estar seguros es que si ha habido fraude la verdad aparecerá, inevitablemente.

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