Andrés Manuel López Obrador (México), Donald Trump (EE.UU.), Jair Bolsonaro (Brasil), Navid Bukele (El Salvador), pese a las crisis, ineficiencia, corrupción, populismo y posturas poco democráticas, mantienen índices de aprobación bastante altos ¿Qué razones pueden explicarlo?

Ya hemos visto en la historia con casos muy dramáticos como los de Hítler y Mussolini que en contextos de incertidumbre, crisis, pobreza y desesperanza, la población está dispuesta a dejar de lado sus libertades y aspiraciones democráticas y prefiere apelar a líderes carismáticos, fuertes, que les venden la ilusión de un futuro mejor, aunque nada lo avale en el análisis académico o científico de sus propuestas. Son líderes que trivializan el mundo, simplifican los problemas complejos con promesas y mentiras consoladoras. Ofrecen un discurso digerible, proponen soluciones mágicas y culpan de los males a enemigos identificables y visibles.

En este caso, un mundo que ya cambiaba bastante rápido por el impacto de la globalización y las nuevas tecnologías se desestructuró aún más con la aparición de la pandemia, que evidenció la vulnerabilidades más primarias de la población, con una ciencia y tecnología que no ha sido capaz de controlarla. Solo les queda creer en quien ofrece soluciones tranquilizadoras.

La tarea educativa con los niños y jóvenes demanda analizar esas ofertas, evaluar su viabilidad científica o económica, con la expectativa de que no sean fácil presa de los vendedores de ilusiones, como lo sostiene Diego Fonseca en su columna ¿Por qué son populares los chicos malos? (NYT, 21 08 2020)