Una pesada sombra de brumosa arrogancia empieza a envolver al gobierno del presidente Castillo. De otra forma no se entiende que de entrada se haya mostrado tan desafiante al colocar a un gabinete con personajes cercanos a grupos terroristas de ayer y de anteayer. Cometería un error no solo político, sino hasta matemático, de persistir en incendiar la pradera. Seguir la insólita “matemática de la democracia” por la cual “50 + 1 = 100”, como creer que el 50% de peruanos se volvieron marxistas-leninistas en los dos meses que mediaron entre la primera y la segunda vuelta, serían fatales errores. Ni el 100% lo apoya ni el 50% piensa como él.

Una cosa es ganar una elección categóricamente, por varios cuerpos de ventaja, y otra muy distinta es imponerse “rascando la olla” y buscando los votos como monedas para pagar un peaje. La arrogante actitud del gobierno no se condice con la modestia de la performance electoral del candidato profesor. Alguien debe hacerle ver que el mandato electoral era para que implemente su plan de gobierno, sin duda, pero sin avasallamientos innecesarios ni alteraciones dramáticas que alcanzan incluso a la seguridad nacional. Por no mencionar que, estratégicamente, le conviene consolidar su poder a base de acuerdos y alianzas que todavía no construye sólidamente.

Soy de los que piensa que el presidente debe gobernar con su gente. Al final, ganó la elección y debería poder armar sus equipos. Pero tenía alternativas en la propia izquierda dura para las diversas carteras. Gente menos controversial. Eligió en cambio, la ruta de la provocación al parlamento, buscando reiterar la exitosa estrategia populista y demagógica de Martín Vizcarra. Cuidado con esa arrogancia que viene exacerbada. Castillo y sus lugartenientes pueden estar iniciando un incendio que se les puede salir de control al no poseer tanto músculo político como creen, y que no podrán apagar.