Y al final, el gobierno optó por la temida cuarentena 2.0, sin un ápice de autocrítica. Al detener nuevamente la economía, obliga al sector privado a reducirse: se reducen empleos, comercios, salarios, número de matrículas. Entretanto, el sector público no se altera y sigue tan grande como siempre. Cierto es que la irresponsabilidad de varios provocó este rebrote.
Esto viene desde las marchas de noviembre y se prolongó a las fiestas de diciembre y el relajo semi-playero de enero. ¿Y la parte del gobierno? Refresquemos la memoria: 1) no comprar las vacunas a tiempo; 2) seguir mintiendo que las tenían para enero; 3) soltar a la gente en diciembre y enero con la falsa sensación de que ya habíamos ganado a la pandemia; 4) desmoralizar a la policía para que el Presidente se ganara las avemarías de la izquierda; y 5) haber desbarrancado las cuentas fiscales y elevar el endeudamiento externo de manera sideral, cosa que harán nuevamente. Acciones, errores y omisiones gubernamentales que ahora nos toca pagar a todos.
Esta pandemia, como nada antes, ilustra lo caro que resulta para una sociedad contar con un aparato estatal tan malo, tan deficiente, burocrático e ineficaz. Por eso es que este modelo de Estado, que se mete en todo para no hacer nada bien, es lo que hay que cambiar. Ningún modelo económico funciona con este modelo de Estado. Se pagará ahora directamente, con la economía empobrecida. Porque no es la elección de vida o economía, como algunos ideologizados ministros y asesores, plantean.
Todos queremos la vida. Pero mientras un médico encuentra razonable prevenir la muerte alejando al Covid, el economista considera que la pobreza y la desesperación por la crisis económica puede también matar. Se pudo optar por medidas menos draconianas en vez de cerrar la economía de una mega-urbe de casi 11 millones de habitantes. Por desgracia, no cambiará demasiado en contagios. ¿Y serán solo 15 días? Buen momento para actualizar el célebre “¡Qué Dios nos ayude!”