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Un amigo que migró a un país angloparlante cuenta sobre los problemas de adaptación escolar de uno de sus hijos. Lo ubicaron en una clase con niños nativos, con los cuales no tenía idioma común para comunicarse. La pasaba mal, lloraba, no quería ir al colegio.

La maestra, preocupada por cumplir su programa, no reparaba mayormente en su situación.

Los padres se acercaron al colegio para hacer notar a la directora esta situación y pedir mayor empatía. La directora, al darse cuenta del problema, cambia de aula al niño a otra en la que había otros niños migrantes.

Al regresar a casa, por primera vez el niño estaba feliz. Sorprendidos, los padres le preguntaron qué pasó. El niño contó que el nuevo maestro se le acercó, le dijo que entendía su situación y que lo ayudaría en la transición hasta aprender el idioma. Lo miraba con afecto y empatía, y se le acercaba para chequear si estaba bien. Lo sentó al lado de otro migrante reciente que le sirviera de apoyo.

Es probable que, con el paso del tiempo, el avance a los grados siguientes y el retorno a su país de origen, este niño olvide a ese maestro. Sin embargo, le cambió la vida y le dejará una huella que el mismo menor no sabrá cómo ponderar. Ese maestro le cambió el destino de ser un alumno complicado, desadaptado, fracasado a ser un alumno feliz, aplicado, adaptado.

Ese maestro dejó huella. De esos, existen muchos en el Perú y hay un canal que permite reconocerlos: es el concurso “El maestro que Deja Huella” (https://maestroquedejahuella.com.pe).

Inscriban a quienes lo merezcan y denles la oportunidad del reconocimiento público.