Hace unos días se cumplieron 30 años desde que Hurtado Miller se dirigió al pueblo peruano con la frase que todos (incluso aquellos que aún no nacíamos) recordamos: “que Dios nos ayude”.

Hoy enfrentamos una crisis distinta, pero de igual magnitud. Y son precisamente las políticas de libre mercado -aquellas que Hurtado Miller anunció, y que nos permitieron alcanzar la bonanza-, las que hoy son blanco de críticas: “¿De qué sirve tener ‘espaldas financieras’ si no hay camas UCI?” “¿Dónde está el ‘milagro peruano’ si no hay oxígeno?”

Lo que los últimos 30 años nos han demostrado es que la economía de libre mercado le ha dado al país solidez macroeconómica y estabilidad fiscal, lo que ha permitido al Estado peruano tener mayores recursos financieros para invertir -basta con mirar el incremento en el presupuesto asignado para los sectores en los últimos 20 años.

El asunto es que todo eso no se ha traducido en un incremento en la capacidad del Estado para gestionar mejor la calidad de los servicios que provee -ni extender su alcance poblacional- de manera significativa. Este es el problema. Y este siempre ha sido el problema; no el modelo.

Un Estado es fuerte en términos de su capacidad para generar riqueza, que es la fuente de los tributos que nutren la caja fiscal. Sobre ello, se requiere eficacia y eficiencia para la gestión y administración de estos recursos. Es decir, que el sistema de salud realmente cubra y cure, que los colegios realmente eduquen, y que los contribuyentes sean la mayoría y no una minoría sofocada. Esto no se logra controlando precios ni tasas de interés.

Que sea a partir de esta crisis que podamos enrumbarnos hacia la construcción de este Estado que los peruanos merecemos -y podemos alcanzar-. Que ese famoso “que Dios nos ayude”, -hoy plenamente vigente-, no sea aplicable al Perú en 30 años.