Seguimos en crisis social y política. Pasaron tres meses del fallido autogolpe de Pedro Castillo y no conseguimos la estabilidad ni la paz social. Nuevas víctimas de la violencia enlutan al país mientras políticos de todas las tendencias aparecen desconectados de las expectativas ciudadanas. Están en otra como dirían los chicos, sin liderazgo frente al desconcierto, la inestabilidad y la inseguridad. La desinformación sigue haciendo estragos en el extranjero y en el interior con noticias e interpretaciones falsas que proliferan ante la inacción o ineficiencia del gobierno de Boluarte. Incluso el adelanto de elecciones, que se vio como inminente hace tres meses, se ha ido postergando hasta desaparecer de la agenda como solución para un nuevo gobierno y un nuevo congreso que ostente legitimidad y legalidad. La economía decrece sin alcanzar solidez por las excesivas dudas que acompañan la complejidad del drama. sin poder superarlo a pesar del daño que nos significa. La única certidumbre está en el rechazo a la violencia desatada desde el 7 de diciembre. Lo que vemos es ausencia de salidas, inoperancia del gobierno y dudas sobre su permanencia. El Congreso no se libra de la censura de las mayorías. Ejecutivo y Legislativo están bajo fuego, con críticas a granel y poca esperanza en su eficiencia. No hay agenda política ni social que los legitime y este desorden genera profundo malestar social. Se quieren quedar en el poder sin base de apoyo ciudadano. No perciben el distanciamiento entre élites y ciudadanía que dilata soluciones. Los conflictos comienzan a parecer crónicos, solo hay inutilidad y divergencias baladíes que deterioran la confianza en la democracia y el Estado cuando quisiéramos confiar en sus instituciones. El Perú pasó de país exitoso hace una década a país problema, negativamente singular, en América Latina.

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