Restaurante Bangkok, un viaje en el tiempo y el espacio
Restaurante Bangkok, un viaje en el tiempo y el espacio

Por Javier Masías @omnivorusq

Esta es la historia de varias felices confusiones. La primera de todas no fue mía sino del taxista que me indicó que habíamos llegado. “Ya estamos en la cuadra cinco”, dijo dejándome en la cuatro, algo que no pude comprobar hasta que me vi en el reflejo de un vidrio con pocas ganas de caminar y un frío tan rotundo que me congelaba hasta el apetito. Sobre ese reflejo había otra confusión, una bandera tailandesa y, más arriba, un cartel inmenso que anunciaba el “Chifa Continental”. Cuando me acerqué para intentar entender de qué tipo de establecimiento se trataba, me llegó un aroma sugerente que conocía de otra parte y activó, en el camino, esa partecita del cerebro que se ocupa tanto del placer como de la memoria. Por un instante me sentí en Kreuzberg, ese barrio al sur de Berlín en el que tomé contacto por primera vez con la cocina de Tailandia bien ejecutada. El local exhibía con orgullo una certificación que otorga el reino de ese país para garantizar la autenticidad de su cocina, tan manoseada por las modas y tergiversada por las dificultades que enfrenta una gastronomía cuando viaja lejos. Todavía puedo ver las paredes cubiertas con grafitis, la acera sin pretensiones con mesas campestres y la descarada honestidad del dueño del establecimiento que en un plato de pato me hizo entender al fin el aroma de la lima kéfir y el galanga. Casi diez años más tarde, vuelvo a escuchar en mi cabeza el crujido de ese primer pato al sentir ese mismo aroma parado en la puerta de lo que según el cartel es el Chifa Continental, pero según los mozos es el restaurante Bangkok. En este local en Bernardo Alcedo, Lince, se viaja en el espacio pero también en el tiempo.

Hay que creerle a los meseros. El restaurante parece abierto con tanta urgencia que no se han dado las indicaciones más elementales. El nombre del establecimiento no se ve por ninguna parte y la carta está escrita en un castellano farragoso. Donde dice camarones, ellos corrigen y explican que son langostinos. Y a la hora de ordenar son la mejor hoja de ruta para disfrutar en esta casa, porque si bien todavía no explican los platos a fondo, conocen lo que puede gustar con facilidad al comensal inexperto, porque han detectado intuitivamente la parte de la cocina tailandesa que más se parece a la nuestra. Quien tenga más experiencia, aventúrese con libertad.

Hay que decir un par de cosas antes. Primero, que las cocinas que viajan sin sus ingredientes tienen pocas oportunidades de reproducirse de manera fidedigna. Según me informan, las hojas de limón de kéfir y el galanga que estoy probando vienen de la selva peruana, donde han encontrado un clima propicio para desarrollarse, suerte que no corrieron las semillas de albahaca tailandesa que han intentado adaptar a estas tierras. Aquí no hay certificados de autenticidad como en Europa, pero le creo a la mesa de 18 funcionarios de la Embajada del Reino de ese país que vi almorzando en una ocasión.

También hay que señalar que si uno se pone a buscar, encontrará curris más elegantes en otros lugares, en Matria, por ejemplo. No es que la cocina tailandesa no sea capaz de sofisticarse -hasta ahora recuerdo la sinfonía de sabores que me sirvieron en Kiin Kiin, en Copenhague, el único restaurante tailandés del mundo que tiene una estrella Michelin-, pero nos encontramos ante un establecimiento mucho más doméstico, de sabores muy directos y de aparente simplicidad. Imagine que pasa por la casa de su tía un martes y le invitan a quedarse a almorzar. Algo así solo que en otro país.

También hay que tener presente que por más que los platos parecen humildes encierran mucha complejidad. Si bien las recetas no están impecablemente ejecutadas, hay cuidado por presentar los sabores arquetípicos de Tailandia de manera balanceada. El curry no tapa los demás elementos, la acidez no aturde, el dulzor no se impone y el conjunto, equilibrado por sus violentos contrastes, permite la expresión de sus elementos en un voluptuoso y sugerente perfume.

Se comportan así sus sopas, tanto la especiada tom yam (S/12) como la tom kha kai (S/15), una preparación agridulce con leche de coco altamente recomendable. Para el que tenga remilgos a la hora de probar cosas nuevas debería intentar con el massaman (S/30), un estofado de curry caldoso que en algo recuerda a los de la India, solo que con una presencia más pronunciada de anís estrella, canela y el distintivo toque de semillas de culantro, infrecuentes en otros curris de Tailandia (S/30 de pollo o carne).

El curry verde con leche de coco y ajíes suele ser picante (S/40 soles con pato, muy recomendable, y entre S/30 y S/35 con otras proteínas). Y el kang phet, llamado también curry rojo por la cantidad de ají, también está bueno aunque tiene la potencia doblegada. Hay algunas otras gracias como el phat si Io, finísimo fideo de arroz de influencia china, saltado con sillao y ajo. Y un phat tai ejemplar, una pasta de arroz salteada con tamarindo, salsa de pescado, limón, curry y maní tostado que puede venir con pollo (S/30) o langostinos (S/35). Los conocedores querrán pedir pad kra pao, pero este plato se ve perjudicado por la ausencia de algunas de sus especias esenciales.

Dos detalles más: si van en grupo calcule S/40 por persona para una comida con sopa y té, poco más o menos según el apetito, pero si va solo anímese por el menú de S/15 de un plato más sopa y ensalada. En todos los casos es una cocina ligera que sacia y satisface.

Restaurante Bangkok

Av. Bernardo Alcedo 460, Lince. Teléfono 363-6375 (tiene delivery). Atiende de lunes a sábado almuerzo y cena, y domingo solo almuerzo.