Hace pocos días se conmemoraron 33 años de la inmolación de marinos en el combate del Puente Hidayacu, donde dos patrullas navales fueron emboscadas por una horda terrorista de Sendero Luminoso, en un número abrumadoramente superior. Las patrullas estaban al mando de los alféreces de fragata Raúl Riboty y Juan José Jordán. A ambos los conocí cuando ingresé a la Escuela Naval del Perú en marzo de 1988. Ellos era cadetes de 4 año, se graduaron a fines de ese año. Me siento muy orgulloso de ser de la promoción de sus aspirantes a cargo, llamados coloquialmente “perros”. Riboty se iba a casar, gran tipo, valiente, un héroe. Los padres de Raúl, a quienes conocí, fallecieron hace dos años. Vivieron una tragedia por la pérdida de su hijo como tantos peruanos de aquellos años terribles, pero siempre estuvieron orgullosos de la inmolación por la patria de su hijo, participando siempre en los homenajes que la Marina de Guerra del Perú y otras entidades le rindieron. Hoy están juntos al lado del Creador. Jordán ya se había casado, tenía una niña pequeña y otra en camino. Apenas rozaban los 23 años. Rindieron la vida junto con ellos, un heroico grupo de personal técnico y de marinería, siempre leal y valiente.
Gracias a jóvenes como aquellos héroes navales, nuestro país se vio libre del horror del comunismo terrorista y su violencia impía, cuya obra macabra no ha sido lo suficientemente castigada en razón a la infame contribución de nefastas comparsas y de sórdidos alcahuetes que han buscado, con burda sutileza, atemperar sus atrocidades, desafortunadamente con no poco éxito.
Honor y Gloria a los héroes navales del 13 de agosto de 1991. Que los sacrificios de sus jóvenes existencias no sean olvidados nunca, y que sirvan de aliciente para proteger sin tregua nuestra República, la libertad, el Estado de derecho y la democracia, lo que halla su mejor prédica en las memorables palabras del Gran Almirante Miguel Grau: “no reconozco otro caudillo que la Constitución”.