A la luz de lo que hemos visto en los casi tres años de gestión de Ollanta Humala, el tino político, la sapiencia, el asesoramiento, los dos dedos de frente y la suerte (siempre es necesaria una buena dosis) no han acompañado al Mandatario a la hora de elegir a sus ministros, con las excepciones del caso por supuesto.

Es más, el gabinete se ha convertido en una especie de trituradora de carne y solo los más valientes -o los que tienen la consabida luz verde y el auspicio de la Primera Dama- salen a flote. De esto puede dar fe el defenestrado expremier César Villanueva, quien llegó a la PCM con todos los pergaminos y acabó en medio de un bullying interno apuntalado por la misma Nadine Heredia.

Antes, aunque en otras circunstancias, Óscar Valdés también tuvo que renunciar y ahora, precisamente por esa defección en el premierato -en buena medida porque los ministros más caso le hacían a la esposa del jefe del Estado- es que quiere enfrentar las cosas a su modo y tentará la Presidencia en las próximas elecciones.

Carmen Omonte no sabía en lo que se metía cuando le dio el sí a la convocatoria de Ollanta para ponerse el fajín de ministra de la Mujer. Y es que la premura del llamado le impidió repasar y exponer los posibles impedimentos, y en este momento la tenemos contra la pared ante la indiferencia de un nacionalismo que no posee cuadros, pero se pone celoso cuando una persona ajena invade el terreno oficialista.

Así las cosas, los 30 mil soles que gana ahora un ministro no serán suficientes para atraer a aquellos profesionales y técnicos que sí podrían aportar en beneficio del país porque corren el riesgo de malograr su carrera, someterse a investigaciones de un Congreso igual de desacreditado y soportar el desdén de Abugattás, Otárola y otros nacionalistas a ultranza.