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“Con mis hijos no te metas” alude al derecho reclamado por padres para decidir cómo quieren educar a sus hijos (sexualidad). Sería atendible suponiendo que los hijos pudieran ser aislados de las interacciones con los hijos de los demás, cosa inviable. Lo que hace un niño en la escuela afecta a los demás, y solo en la medida que uno intervenga en esa interacción, apoya o defiende a sus hijos.

Vayamos al ejemplo extremo: si tú educas a tu hijo para que sea abusador, buleador, maltratador, burlón, discriminador, perjudicas al mío que interactuará con él y será objeto de su agresión. Si lo educas para que se amanezca en las reuniones sociales, reciba elevadísimas propinas que derrocha, eres permisivo con el uso indiscriminado de celulares, internet y pornografía a la vista de todos, complaciente con su deseo de fumar, tomar, drogarse o tener una sexualidad prematura, sus actitudes se convierten en provocaciones para los míos, en las que los profesores deben intervenir, mediar o censurar, para proteger los derechos de todos.

Dado que el rol de la escuela es educar a los niños para vivir como ciudadanos de una sociedad preocupada por el bien común, las familias deben aceptar que hay otras instancias más allá de sus deseos privados que dirimen respecto a las reglas que favorecen esa convivencia.

Ese rol le ha sido dado a los poderes del Estado y en particular a los ministerios de Educación. Eso le otorga el derecho a establecer las pautas pedagógicas y curriculares que han de regir al conjunto de las escuelas y alumnos para contribuir a formar parte de una sociedad integrada.