Siete Sopas, o tres o ninguna
Siete Sopas, o tres o ninguna

Por Javier Masías @omnivorusq

Son las ocho de la noche en esta Lima húmeda y marítima. Hace tanto frío que lo siento por dentro. A pesar de ello, la fila que hago crece a cada minuto. Detrás de mí se van sumando familias, amigos que se encuentran después del trabajo, parejas que hacen una parada antes de terminar el día en casa, toda gente como uno que solo piensa en el bowl humeante de sopa caliente que los espera cuando lleguen a la entrada. “¿Valdrá la pena la espera?”, se preguntan. “¿Justificará el preparado estos minutos de frío? ¿Se puede vivir con esta incertidumbre y expectativa? ¿Será tan buena y reconstituyente su sopa como la de mi casa? ¿Se parecerá de alguna manera lo que sirven en Siete Sopas al cariño de mi madre?”.

La fila avanza rápido y el personal amabilísimo que la regula nos habla de la generosidad de los platos y precios, desde S/4.50 hasta S/21 en raciones crecientes y desbordantes. Una caja de luz anuncia sobre un fondo verde “el caldo más sabroso y con las gallinas más tiernas de Lima”.

Estoy emocionado porque al fin soy el primero de la fila y, cosa rara para un hombre que acaba de hacer una cola, me percato de que hasta el momento solo he recibido buenas noticias: la primera, que voy a tomar sopa; la segunda, que hay cola pero avanza rápido; la tercera, que los platos son grandes; y la cuarta, que cuestan poco. ¿Qué podría salir mal?

Al primer burbujeante sorbo me doy cuenta: la sopa. O al menos todas las que he probado aquí. De las siete sopas que promete el nombre del establecimiento, solo se pueden tomar tres al día; es decir, una que cambia a diario y dos que son siempre las mismas. Lo primero que probé fue un menestrón. Ante mi incredulidad se la hice probar a mi acompañante. “Si tu mamá cocina rico, este no es el de tu casa. Y si cocina mal, tampoco”, me dijo. Tome nota de que la sirven los martes, para que si tiene antojo ese día se dé una vuelta por Isolina o Tanta o, si no quiere gastar mucho, algún menú de señora querendona de buena mano, probablemente muy cerca de donde vive.

Las demás preparaciones que he probado -he ido solo tres veces-, y que rotan según el día, reproducen el esquema de manera más o menos similar: un caldo débil y muchos vegetales o pasta. En cambio la sopa criolla se sirve a diario, también con un caldo sin concentración solo que con un huevo que llega indefectiblemente sobrecocido. Si esta es una sopa criolla tradicional, debe ser la que toman en Perú, Nebraska. El aguadito especial no tiene nada de especial, salvo el mérito de venir con muchos vegetales. El caldo de gallina es el más acertado de los que he tomado aquí y, sin ser inolvidable, tiene buena concentración.

¿Comemos tan diferente los periodistas gastronómicos? ¿Cómo es que hay tanta cola, tanta gente disfrutando? Un mesero me explica que al inicio regalaban sopa y que fue así como se formó la cola. Luego llegaron los medios y el resto es historia. Otra vez mi acompañante enciende la luz en el tema. “La gente viene a estar junta, no tienen mayor expectativa que su propia compañía”. Creo que esa es la clave: lo mejor de Siete Sopas es la compañía con la que decida ir, el servicio atento, y la cola que avanza rápido. Pero si lo que quiere es tomar sopa, mejor vaya a otra parte.

Siete Sopas

Av. Arequipa 2394, Lince. De lunes a domingo desde el mediodía hasta la medianoche.