Un año, cuatro meses y diez días duró la tortura de tener a Pedro Castillo en el poder. Como periodista, más que un análisis, debo hacer una confesión. Así como en la pandemia los hombres de prensa no estuvimos preparados para enfrentar las sombras de la muerte bailando todos los días sobre nuestras cabezas, reconozco ahora que se convirtió en una tortura escuchar, por obligación profesional, el cinismo de los actores de este periodo desfachatado y ruin de la historia política del país.

Las largas, insensatas y resentidas peroratas de Aníbal Torres, la rastrera actitud de Alejandro Salas, el descaro de Benji Espinoza, la torcida interpretación de las leyes de Félix Chero o el vomitivo discurso, falaz y posero de Betssy Chávez, no les miento, eran arsénico para la salud mental y tenían el efecto de una bomba de grasa en el epicentro del hígado. Pero había más.

Estaba el Congreso con defensores nauseabundos como Pasión Dávila, Edgard Tello, Katy Ugarte, Kelly Portalatino, Jaime Quito o Guillermo Bermejo, blandiendo argumentos írritos y fraudulentos, cuando todos, igual que en el Ejecutivo, sabían de las tropelías de Castillo y su turba, pero defendían, más que a un régimen corrupto, su presunta participación en esa organización criminal y las prebendas que soterradamente recibían. Y claro, estaba también el mononeuronalismo de Pedro Castillo con su infesta prédica de ser víctima de la derecha y la oligarquía, un damnificado de los medios poderosos porque era un hombre del campo, un maestro rural y un representante del pueblo.

Ese tormento acabó el 7 de diciembre. Y aunque lo más importante es habernos librado ese día del riesgo de haber caído en las manos de lacra del comunismo que asola América Latina, a todos los arriba mencionados (y a todos los que defienden a Castillo sean o no políticos), que ahora chillan, patalean y azuzan protestas por la caída del golpista, les digo que se soben, que gimoteen en la playa y que revienten de ira si quieren pero ese desalmado comunista y bribón de esquina, ese carterista del Estado, no vuelve al poder. Aunque ustedes lloren sangre.