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Los museos son espacios diseñados para encontrarse con el pasado. En mucho se parecen a la mayoría de los colegios. El diseño de las aulas, el mobiliario, las dinámicas de la clase, los formatos curriculares, la rutina basada en horarios fijos y tareas, la evaluación basada en exámenes individuales escritos, las notas que reducen el potencial de los alumnos a un número son las mismas que vivieron los padres y los abuelos de los niños de hoy. Claro, hay aparatos que proyectan desde una PC alguna imagen o video, como ocurre también en los museos; y las pizarras de madera o pintura marcadas con tiza han sido reemplazadas por acrílicas marcadas por plumones… ¿Es eso lo que pone a los colegios a tono con los tiempos? ¿El objetivo es preparar a los alumnos para adaptarse al pasado o para que puedan adaptarse al incierto futuro?

¿Qué empresa o institución de vanguardia en el mundo de hoy se parece en su diseño y actividad a lo que se realizaba hace 10, 50 o 100 años? La única es la escuela. Son los museos vivientes del pasado, cuya misión suele decirse que consiste en preparar a los alumnos para el futuro.

Los colegios que forman estudiantes para el futuro tendrían que parecerse a Tomorrowland, una de las zonas más famosas del parque de diversiones Disneyland, que permite a los usuarios crear sensaciones y explorar el futuro. Los profesores deberían ser “futuristas” de las ciencias y de las ciencias sociales más que “pasadistas”; las clases debieran parecerse a cápsulas del tiempo que viajan al futuro más que al pasado que nunca se repetirá.

Ojalá en el 2018 el Perú gire de su anclaje al pasado hacia su orientación al futuro.