Suárez y
Suárez y

Todos lo recuerdan como el artífice de la transición, como el gran pactista que supo unificar al centro derecha sin provocar la radicalización absoluta de la izquierda. Pero nadie señala que el objetivo fundamental de su política conciliadora era uno: la consolidación del poder democrático. Suárez fue un hombre con vocación de mando, con hambre de gobierno. Un líder que jamás concibió la política como un entretenimiento para tomarse fotos con los rivales escenificando la reconciliación.

Suárez buscó y logró la unidad porque aspiraba a gobernar un país. Unió para gobernar, reconcilió para dirigir, pactó para mandar. La reconciliación era un medio para el gobierno. Allí radica la grandeza de Suárez: donde otros apostaron por la división para alcanzar el poder, él apostó por la unidad para afianzar su presidencia.

El pactismo tiene un objetivo: el poder. Alcanzar, consolidar, ejercer el poder. El PPC, acostumbrado desde su fundación a pactar, tiene que recordar esta máxima fundamental de la política: un partido político sin hambre de gobierno no tiene razón de ser. Urge que los socialcristianos desarrollen al máximo dicha voluntad de poder. El poder para el servicio, el poder para la construcción del bien común, el poder como requisito para expandir la dimensión performativa de la doctrina social de la Iglesia. El poder como medio para un fin superior. Y, por supuesto, el pacto estratégico como sendero hacia el poder. El camino no se agota en el pactismo. Hay un paso, un peldaño hacia algo superior.

P.S. Nos visita el querido intelectual español Antonio López. El Perú tiene en él a un amigo leal y un mejor defensor. ¡Bienvenido, maestro!

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