Pasados cuatro días desde que se produjeron las elecciones en EEUU todavía no pueden derribarlo. Donald Trump resultó duro de matar. A pesar de la andanada de ataques sin precedentes en la historia política del planeta, los partidarios de Biden cuentan angustiados voto por voto todavía. Los demócratas pensaron celebrar el mismo día, porque para eso habían alineado previamente a la opinión pública no solo con los poderosos medios norteamericanos, sino con más de una decena de encuestadoras estadounidenses que presagiaban entre siete y diez puntos de ventaja de Biden sobre Trump. Pero los hechos los dejaron en ridículo, una vez más, y evidenciaron su parcialidad descarada.
La campaña de anti-marketing montada sobre Trump era para aniquilarlo desde las encuestas a boca de urna de la mitad de estados. La misma noche de la votación. Pero esa noche, las caras de los periodistas y analistas norteamericanos eran el reflejo de un velorio. Trump volteaba los estratégicos Florida y Texas y ganaba en Wisconsin, Michigan, Georgia, Pensilvania. Al amanecer del día siguiente, sorpresivamente se le voltearon los números en los dos primeros. Y al día viernes, sucedía lo propio con los dos últimos. “¡Eran los votos por correo que recién llegaban!” gritaban los demócratas. Claro, casi todos para Biden, a la vez que trataban de convertir a Bernie Sanders en Nostradamus.
Más allá de la controversia, Trump ha logrado no solo mayor votación que en las elecciones hace cuatro años, sino que su aceptación por hispanos y afroamericanos, colectivos que supuestamente eran objeto de la discriminación del Presidente, subió y mucho. Esto no solo pone en tela de juicio la imagen que la prensa fabricó de Trump, sino que le otorga una base muy sólida que le pertenece sólo a él. Hasta analistas detractores han reconocido la mística del votante de Trump. ¿Se imaginan -si pierde ahora-, que quiera volver a postular en el 2024? Sólo Dios sabe.