El Perú sigue padeciendo todos los estragos de la pandemia de COVID-19. Aunque ahora suenen menos, aún tenemos a diario cientos de contagiados y decenas de fallecidos. La gente sigue con el alma en vilo. Por eso, resulta imperdonable que el Ministerio de Salud no esté manejando de una manera adecuada el rebrote de difteria que controlado o no, viene sembrando pánico en los ciudadanos de este país que ha sido uno de los más golpeados del mundo por el coronavirus.
Desde antes del último fin de semana la gente ha salido de sus casas a tratar de conseguir una vacuna contra la difteria, y la respuesta desde el Estado, ese que ya fracasó ante el COVID-19, ha sido un desastre. Incluso muchos han estado expuestos al coronavirus debido a las aglomeraciones formadas en diferentes puntos del país. Parece que poco o nada se ha aprendido en los últimos meses, y eso es muy grave.
Los peruanos tenemos derecho a desconfiar de la capacidad del gobierno frente a una emergencia sanitaria. En los últimos meses la hemos sufrido todos. Como muestra están el mal uso de las llamadas pruebas rápidas para detectar el COVID-19, la falta de veracidad en las cifras de muertos y heridos, y ni qué decir de los presuntos actos de corrupción denunciados hasta en la compra de mascarillas y guantes.
Por eso, un poco de empatía no vendría nada mal. El sábado último la Defensoría del Pueblo ha cuestionado todos los problemas surgidos en la campaña de vacunación llevada a cabo a nivel nacional. Se pudo informar mejor y coordinar con las Fuerzas Armadas y la Policía, que ya han demostrado su eficiencia en este tipo de trabajos, a fin de evitar las aglomeraciones que implican un gran riesgo en tiempos de pandemia. Esto recién se ha visto ayer domingo.
En estos días en el país existe temor, desconfianza e incertidumbre. Por eso, el Ministerio de Salud debe ser claro sobre el proceso de vacunación en general, y en especial contra la difteria, por la que ya se ha lanzado una alerta epidemiológica. Lamentablemente hoy el COVID-19 no es el único problema, y los responsables de la salud pública deben de estar a la altura de este nuevo reto. El bienestar físico y también emocional de los peruanos debería ser lo primero.