A lo largo de la historia humana no ha existido mayor tiranía que la del comunismo, aquel que terminó “encarcelando” a millones de personas en sus propios países, empobreciéndolos en “igualdad” para la desgracia.
Latinoamérica está dando un giro insospechado hacia la izquierda radical, hacia la “patria grande y comunista” con la que los extremistas pretenden “refundar” la república, implantando el marxismo y el socialismo del Siglo XXI, usando arteramente las armas “democráticas” producto, principalmente, del voto emotivo y muchas veces irreflexivo de los más jóvenes. Muchos de ellos, no han vivido las épocas pasadas de terrorismo, de carestía y de violencia; juventudes que han nacido en épocas de bonanza y no entienden cabalmente el valor del esfuerzo. Tenemos hoy, una sonora sinfonía de victimización y clamor por derechos, y en contraparte, un enmudecido coro de deberes. Los más ilusos románticos creen que un gobierno asistencialista que intervenga la riqueza al estilo de Robin Hood y la distribuya indistintamente entre todos, creará una sociedad igualitaria y justa. Recuerdo la anécdota de un profesor universitario que, lidiando con el idealismo de sus estudiantes acerca de la “bonanza” del socialismo, dispuso que las notas obtenidas individualmente serian divididas por el número total de ellos, de manera que vivieran la ansiada “igualdad” para todos. El experimento se inició con entusiasmo, pero, al ver que las calificaciones obtenidas por cada uno, con diferente nivel de esfuerzo, eran divididas igualitariamente entre todos, despertó las primeras molestias: los que habían estudiado más, habrían obtenido mejores notas que los que no lo habían hecho, sin embargo, sus esfuerzos fueron finalmente divididos entre todos, como claro ejemplo de la igualdad de derechos que tanto reclamaban. En la segunda evaluación, los más esforzados perdieron entusiasmo y los menos, se sintieron siempre amparados por el esfuerzo ajeno. En la tercera evaluación, los más esforzados decidieron valerse del logro ajeno y los menos esforzados confiaron en que los demás seguirían regalándoles el suyo. Resultado: desastrosa desaprobación general; nadie quería estudiar para beneficiar al que no lo hacía. La moraleja de todo este ensayo es que el mundo no funciona de esa manera. Hay que enseñar a los jóvenes que el éxito proviene del esfuerzo y del empeño que cada uno imponga a sus proyectos, de la creatividad y del propósito, y que no se puede aprovechar el esfuerzo ajeno para pretender una igualdad que el destino jamás proporciona. Ya decía Alexis de Tocqueville que “hay en el corazón humano un gusto depravado por la igualdad, que lleva a los débiles a querer rebajar a los fuertes a su nivel y conduce a los hombres a preferir la igualdad en la servidumbre a la desigualdad en la libertad”.