El Poder Judicial ha condenado ayer a 20 años y seis meses de prisión en contra del expresidente Alejandro Toledo por los delitos de colusión y lavado de activos, que en cristiano significa que este personaje que apareció con la política como el paladín de la lucha contra la corrupción, recibió una coima de 35 millones de dólares de parte de Odebrecht a cambio de darles la buena pro para la construcción de los tramos 2 y 3 de la carretera Interoceánica Sur.
En verdad, a este sujeto que se escapó a Estados Unidos y por el que el Perú debió gastar varios miles de dólares para lograr su extradición, no lo salvaba ni un milagro de octubre, pues desde enero de 2013 era evidente su desbalance patrimonial que se tradujo en la compra de una casa en Las Casuarinas por casi cuatro millones de dólares, una oficina en Surco y el pago de las hipotecas de la casas que Toledo tenía en la urbanización Camacho y en el balneario tumbesino de Punta Sal.
Es una pena muy severa que de cumplirse hasta el último día, haría que en teoría Toledo salga de la cárcel a los 98 años de edad. No lo salvó ni su discurso melodramático de su origen andino ni el mencionar las supuestas enfermedades que lo aquejan. Es que una cutra tan descomunal como la recibida por el primer funcionario de la Nación que además hizo todo lo posible desde su escondite de Estados Unidos por evadir el brazo de la justicia peruana, no podía ser castigada de otra manera.
Con esta dura sentencia, el Poder Judicial está poniendo la valla bien alta si de rigor al momento de juzgar hablamos, lo que tendría que ser tomado en cuenta con otros exmandatarios investigados por corrupción como Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski, Martín Vizcarra, que nadie sabe por qué hasta ahora no ha pisado un penal ni de manera preventiva, y Pedro Castillo, sobre los que también existen abundantes evidencias de haberse llenado los bolsillos ilegalmente.
Toledo es el segundo expresidente del Perú en ser condenado a cárcel luego de Alberto Fujimori. Irónico que el hombre que llegó al poder en el 2001 para reparar la herida de corrupción dejada por el fujimorismo, termine en el bote por sinvergüenza, por coimero, por ladrón. Como indiqué ayer en este espacio, estamos ante uno de los más grandes fiascos de la política peruana, ante un ídolo de barro que con el cuento de que soy “cholito” y “fui pobre”, nos vendió gato por liebre y estafó a todos.