El liberalismo es la doctrina por excelencia de la libertad. Si preguntamos a cualquier joven que esté realizando sus inicios en el liberalismo, acerca del propósito que conlleva, responderá que es la salvaguarda y la defensa de la libertad. De hecho, en sus versiones más radicales – puristas, dirán algunos – la más mínima interferencia con la libertad humana convierte en antiliberal a quien la propugna. En un enemigo de la libertad.

Sin embargo, a veces me parece que el sobre enfoque en la libertad ha hecho perder fuerza al liberalismo y lo ha simplificado hasta convertirlo en una utopía de total inaplicabilidad a acciones concretas de gobierno. Esto sería lo que explique, por ejemplo, la muy modesta – si la hay - presencia de las propuestas liberales en las ofertas electorales latinoamericanas y la muy escasa acogida de las mismas por parte del electorado de esta parte del mundo.

Toda ideología, todo cuerpo doctrinal de ideas acerca de la implantación de un orden social, necesariamente tiene detrás algún código moral que le de sustento. Sin importar cuán abyecto, repudiable o pecaminoso pudiera parecer a algunos, ese cuerpo de consideraciones morales tiene que existir para dotar de orientación a cualquier ideología. Dicho esto, la única ley que han obedecido los humanos desde su aparición en el mundo, en todas las épocas y en todas las culturas, antes de la aparición del Estado y por supuesto, después, es la ley de la propia supervivencia. Cabalmente, es la única ley natural.

¿Es objetivo pensar que la única base ética irrefutable es que cada quién vela por sí mismo en la búsqueda de su propia supervivencia y felicidad y por ende, cada quien es la medida de su propio comportamiento moral, en tanto no agreda a otros para conseguir sus propios fines? Esta postura que bien podría calzar en el pensamiento de Ayn Rand, deviene en utópica.

Eugenio D´Medina es vocero de Fuerza Popular