A una semana para las elecciones, todo indica que viene una final de fotografía, donde incluso hay lugar para la atropellada de último momento y para la caída de más de un favorito. La preocupación del electorado en estos comicios nunca fue tan de última hora como en esta ocasión, donde el Covid y la crisis económica se posicionaron de los primerísimos lugares en la mente de los peruanos. No es casual el alto número de indecisos a una semana de la cita con las urnas, ni tampoco la elevada volatilidad de la intención de voto de todos los candidatos.

Con el pasar de los días, queda más claro que no será un asunto ideológico lo que mueve a la gran masa de electores. En vez de ello, es el pragmatismo. La gente empieza a volcarse por opciones que los convenzan de que se resolverán los problemas urgentes y concretos que padecen. Y hay que decirlo de una vez. Si algo sintetiza la compleja problemática nacional de esta hora –y de los próximos años, al parecer– es la crisis económica. La gente siente que con plata en el bolsillo, hasta les es llevadero el mismísimo Covid, desde el momento en que pueden pagar tranquilos por un balón de oxígeno o por la compra de medicinas.

En tal sentido, agendas de grupos de presión minoritarios que gozaban de cierto sentido de “urgencia” vigentes hasta el 2019, hoy aparecen muy rezagadas en la prioridad de las mayorías. Esa gente está más preocupada en cómo conseguir dinero que en temáticas como la ideología de género o el cambio de Constitución, por ejemplo. Agendas que, siendo importantes para algunas minorías, palidecen ante la urgencia de la reactivación económica acelerada que requieren las grandes mayorías. Por tanto, en un contexto de difícil pronóstico, alguien que sepa de economía, con contactos para abrirnos puertas en el mundo y que carezca de antecedentes de corrupción y grandes anticuerpos, puede resultar privilegiado con el voto popular en el rush final. Sólo queda esperar.