Creo que ha llegado el momento de preguntarnos cuál será el periodismo que acompañará al próximo gobierno, cual fuere. Qué medios, qué empresas, qué periodistas y qué rol cumpliremos. Cuáles seremos oficialistas y cuáles de oposición, qué credibilidad tendremos y nos quedará como saldo de las cuentas que se hagan tras estas elecciones generales. Nuestra democracia no es modelo para nadie, después de tener tantos ex presidentes presos o procesados por la justicia. Cuando la corrupción pudre las entrañas de la política, varias otras instituciones son inevitablemente arrastradas en ese huaico de lodo. Una sociedad madura tiene instituciones fuertes, a prueba de los vaivenes de la política, pilares que la sostienen: los grupos políticos pueden aparecer y desaparecer, pero a prudente distancia de esa tormenta están, o deberían estar, poderes como las fuerzas armadas, los órganos de la justicia, las iglesias, y la opinión pública a través de los medios de comunicación. Se espera de ellos pluralidad, neutralidad e independencia para arbitrar pugnas de poderes y confrontación. Si tomamos partido, si somos parte del problema y no de la solución, hemos perdido y desperdiciado unos protagonistas a quien la sociedad voltea a mirar cuando está desorientada, en tiempos de incertidumbre. El periodista de partido, el militante, el operador político que funge de informador deja de ayudar a sus audiencias, lectores, televidentes, etc. Estos tiempos corresponden a la decadencia de lo que se ha llamado un “modelo de negocio de la prensa” y al renacimiento de nuevos formatos, todavía caóticos que les ha quitado a sus antecesores la configuración de la opinión pública. Corresponde ahora, sin necesidad de rendir cuentas a nadie, solos cada uno de nosotros frente al espejo, nos respondamos a esta cuestión: ¿hemos sido libres, diligentes, plurales, honestos, valientes en nuestro deber de informar y formar a la opinión pública en estas elecciones?

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