El resultado de las elecciones parlamentarias del último domingo en Venezuela ha sido un latigazo a la dictadura. Nadie dudó que la oposición obtuviera una victoria por goleada, pero sí de que Maduro la reconociera. Felizmente para el pueblo venezolano, la contienda quedó solo en las ánforas. ¿Será que el chavismo ha iniciado su cuenta regresiva camino a su extinción política? Solo los triunfalistas y los tontos lo podrían creer. Cerca de 17 años controlando el poder, han sembrado una cultura sin códigos de gobernabilidad democrática en el Estado que costará desarticular. Si la oposición arranca en enero en la Asamblea Nacional con la espada desenvainada, no conseguirá nada. Venezuela requiere oxigenación y tanto el oficialismo como la oposición deben mutuamente mostrar los signos. La oposición no gobierna Venezuela sino Maduro y su séquito incondicional, y esa realidad no debe perderse de vista. Nada de persecuciones ni de revanchismos. La inteligencia emocional política de los líderes de la oposición debe prevalecer. Para que Venezuela vuelva a ser un país próspero pasará algún tiempo y es necesario que el camino vaya allanándose. La gente que apoyó incondicionalmente la “revolución” chavista ha sido golpeada por la crisis y ya no daba más de allí que la oposición ha recibido el endoso de sus votos. Un asunto de fondo es que el poder es ciclo o mejor dicho jamás es perpetuo. El kirchnerismo cayó en Argentina y podría sucederle lo mismo a Dilma Rousseff en Brasil. Para que también lo sea plenamente en Venezuela, a partir de ahora deberán actuar cuidando el camino para las presidenciales del 2019.