Si Ollanta no fuere tal, quiero decir, si Humala fuese el que prometió ser cuando candidato, quizá el Perú no estaría jodido como luce hoy y él mismo. A esta altura del camino, bien podría mostrar un estatus lejano del rótulo de decepción que la población ha dibujado sobre su cabeza.

Veamos. Un balón de gas a 12 soles habría encendido el contento colectivo, pero, sobre todo, la llama de que la palabra empeñada se cumple, contra viento y marea. Y eso implicaba rating flameante.

La frase “Agua sí, oro no” supo al mejor queso cajamarquino, y mezclada con la miel de un eventual diálogo in situ completaba la fórmula perfecta para luego, quién sabe, lograr el “Agua sí y oro también”. Una mina de popularidad en bruto que ahora no va.

El Consejo Nacional de Seguridad Ciudadana (Conasec), pilotado por el comandante jactancioso de haberse fogueado en el Cenepa y el Vraem, metía miedo a cogoteros, marcas, raqueteros, bujieros, choros de cuello y corbata, sicarios, plagiadores y secuestradores. Liderazgo frente a la inseguridad, pues. Ese que mucha gente recuerda de Alberto Fujimori y extiende a Keiko, engordándola en las encuestas.

Nadine Heredia: primera dama, esposa, sonrisas ad honórem, simpatía a todo diente, sencilla, pero nunca jamás metiche, invasiva, usurpadora, jefa de los ministros y el semáforo de decisiones gubernamentales. Las cosas en su lugar, simplemente. Así, una lluvia de palmas habría caído desde las tribunas y la doña, fácil, arrasaba en el Congreso en 2016.

Si Ollanta fuese el Presidente elegido en 2011 y no el que Nadine eligió que sea después, de seguro no andaría por los 11 puntos de aprobación. Caminó torcido por su propia hoja de ruta y el resultado está ahí. Lapidario. Es lo que hay. Es el Humala mandatario que tenemos. Resignación.