Rostro de bronce, orejeras de oro relucen al Sol, los marrones ojos de Túpac Yupanqui miran nuevamente la inmensidad de la cocha azul. Años en guerras le llevaron de Maule a Pasto. Piensa, es hora de unir, hacer juntos, ser un solo pueblo. Decide montarse en las corrientes marinas, donde los vientos mueven las velas como a sus negros y lacios cabellos. Quechuas, chinchanos, chimúes, tallanes, punaeños, manteños,… dos mil hombres y mujeres rodean a quien será Sapán Inca. Unos amarrando temores ante lo desconocido, todos contienen reverentes el éxtasis de la gloria. Es 1465, agotada el agua, tragados unos por el océano, los más recorren fascinados las islas y pueblos de Mangareva, las Marquesas (Bautizadas en 1595 por Álvaro de Mendaña siguiendo la ruta de Túpac), Pascua. La Marina de Guerra lleva su efigie a proa del BAP Unión.
Ojos caramelo, cabellos castaños ondulados, rostro moldeado por la sal de las rutas marítimas portuguesas desde el Atlántico al Índico. Deja su país, donde no era profeta, para conseguir el apoyo español del rey Carlos I. Diez de agosto de 1519, cinco naves y doscientos treintaiocho marinos portugueses, castellanos, onubenses… parten en búsqueda de unir Europa y Asia. Meses de osadía, hambre, muerte y frío son coronados el 21 de octubre de 1520 encontrando el estrecho que permite transitar del Atlántico al Pacifico, cinco meses después las islas Marianas al este de Filipinas.
En ambos líderes de equipos, gravita la suma de disciplina familiar, buena educación y maestros visionarios. Túpac y Magallanes dos seres humanos cultivados para ver el mañana.
Peruanos, mezcla de todos esos pueblos y más, forjadores de hazañas, exploradores de lo desconocido, de sólidos cimientos continentales, con naturalidad para navegar, con proyección global; innovadores del presente, emprendedores del futuro de bienestar, tenemos el derecho y el deber de construir felicidad en libertad.