Camus lamentaba cuando en la política los medios justificaban el fin, pues en nombre de diversos ideales -tal como sucedió con la Santa Inquisición, el proyecto supuestamente civilizador europeo o la dictadura bolchevique de Stalin- el ser humano ha humillado, explotado, martirizado y asesinado a su prójimo. En Los justos, el filósofo y ensayista francés planteó hasta qué punto es tolerable que, en nombre de un ideal colectivo, los justos ejerzan violencia: ¿los justos deben ser implacables al realizar la utopía de un mundo mejor?, ¿o los justos no deben mancharse las manos y dejar que la injusticia y la miseria continúen? Por un lado, el idealista activo podría desembocar en un tipo de terrorista, ya sea de corte mesiánico o de Estado y, de otro lado, un ciudadano modelo que paga sus impuestos podría ser solo un sujeto apático y cómplice del sistema actual de injusticia. ¿Qué hacer para intentar ser justo?

"No hay más que un problema filosóficamente serio: el suicidio". Con esta contundente frase es embestido el lector de El mito de Sísifo (1942), en el que Camus sostiene que, en lugar de ser arrullados con las ilusiones de un paraíso después de la muerte, la persona lúcida despierta de lo absurdo de la vida cotidiana, anticipa el hecho de que morirá, reivindica el valor de la existencia en el mundo y se plantea un proyecto de vida auténtico.

Ser consciente de la propia muerte no implica para Camus la desesperanza, pues pese a esta, todo individuo puede ser justo y quizá menos infeliz, siempre y cuando logre seguir dos metas: disfrutar de la finita condición humana y rebelarse frente a las injusticias sociales. El mito de Sísifo relata que por haber preferido la bendición del agua y no las amenazas de los rayos celestes, los dioses castigaron a Sísifo por ser indiferente a ellos. Así lo condenaron a empujar una enorme roca hacia lo alto de un risco y a verla rodar cuesta abajo, incapaz de permanecer en la cumbre, recordándole constantemente el sinsentido de su labor. Pese a la condena, Camus imagina a Sísifo dichoso. Un símbolo de cómo disfrutar de la finita condición humana.

Pero ¿cómo vivir dichosos en un mundo que se sumerge en el sinsentido del trabajo enajenado y en el sufrimiento que se causan los hombres unos a otros? En El hombre rebelde (1951) sugiere construir tenazmente una fraternidad entre los humillados y mancharse las manos, sí, pero de barro, de polvo, de astillas, nunca de sangre. Los cuerpos que sudan por el trabajo pueden formar un gran sindicato. Siendo un socialista reformista, Albert Camus distinguió entre el revolucionario y el rebelde. Mientras uno sacrifica a los hombres en aras de entelequias, el otro protesta cuando la política se aleja de la moral. La tesis de este tratado filosófico, que examina tanto la revuelta como la rebeldía, postula que en política la tragedia comenzó el día en que se consintió que algunos conceptos abstractos valían más que las personas de carne y hueso.

Camus combatió la violencia económica y las condiciones desiguales con las que se iniciaba el contrato social liberal. Asimismo defendió una moral de los límites, que consistía en admitir que un adversario podía tener razón, en dejarlo expresarse y aceptar reflexionar sobre sus argumentos.

REINTERPRETACIONES

- Héctor Ponce es un filósofo peruano y participará del coloquio interdisciplinario sobre Albert Camus organizado por el Centro Cultural Peruano Británico en colaboración con la Universidad Antonio Ruiz de Montoya del 21 al 24 de octubre.

-La visión de Camus en el teatro, el cine, el fútbol, la historia, la política y la filosofía, entre otros asuntos, serán abordados por el historiador Manuel Burga, el crítico de cine Ricardo Bedoya, el director de teatro Carlos Tolentino, el periodista Javier Torres, el politólogo Joan Lara, el filósofo Raschid Rabí, entre otros. La cita es en el C.C. Peruano Británico (Bellavista 531, Miraflores) a las 7:30 p. m. El ingreso es libre.

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