El rostro del VIH
El rostro del VIH

William Curitima (28) descubrió que no hay peor mal que la ignorancia. Incluso su madre sentía miedo de abrazarlo, y ni qué decir de sus amigos y conocidos. "Todo el mundo se alejaba, pensaban que tocándome se iban a contagiar", recuerda. Así fueron los días que siguieron a la peor noticia de su vida. "Cuando me dijeron que era seropositivo, pensé: '¿Qué es eso?'. Le pregunté a un sicólogo y tuve que sentarme. Es triste, sientes que no tienes cuerpo, que ya estás muerto", narra William.

El tatuaje de un cuchillo sobresale en su cuerpo extremadamente delgado. Es un recuerdo de épocas de descontrol. "Trabajaba con la madera. Me iba siete u ocho meses al monte y volvía con ganas de divertirme. Cuando eres joven, bailas, tomas y nunca falta una mujer, aunque sea pagando", comenta. Como en casi el 99% de los casos de la región, se infectó por tener relaciones sexuales sin protección. Ya han pasado cinco años de eso.

Desde el 2004, el Ministerio de Salud (Minsa) brinda gratuitamente los medicamentos antirretrovirales que contrarrestan el desarrollo del virus y permiten llevar una vida relativamente normal. Sin embargo, en zonas alejadas todavía es difícil conseguirlos. Salir de la chacra de su familia y viajar a la ciudad era un problema para William. Además, tras meses de tratamiento, se sentía curado. "Jugaba pelota como una persona sana, pero por dentro enflaquecía. Un amigo me dijo que venga donde el padre Raymundo. Acá le abrieron la mente a mi mamá para que no tema estar a mi lado", cuenta con una sonrisa que contrasta con el ambiente más bien letárgico del sitio.

Entre la vida y la muerte. Pocas cosas rompen la monotonía de la tarde: una película de Chuck Norris vista hasta el cansancio o alguna visita, aunque pocos tienen la suerte de recibirla. Otros están tan débiles que no se mueven de la cama. "Aquí tratamos pacientes en estadio sida", informa el cura y médico maltés Raymundo Portelli, quien hace 10 años abrió la casa Algo bello para Dios, dedicada a atender gratuitamente casos graves de VIH.

El virus se desarrolla en el cuerpo por etapas. La última -llamada propiamente sida- se caracteriza por la escasez de defensas, lo cual propicia la aparición de otras enfermedades, las que finalmente matan al individuo. Una de las más comunes es la tuberculosis. "Nos ocupamos de las infecciones secundarias. Algunos entran mal y mueren. El objetivo es darles calidad de vida, aliviar su dolor y que estén limpios y acompañados", agrega Portelli. De acuerdo con el padre, aproximadamente cada semana fallece un paciente o se le da de alta, pues "también hay varios que salen caminando", asegura. No obstante, muchos regresan, como Gary Dávila.

Uno de sus tatuajes es la imagen del "Che" Guevara. El otro es un nombre: Rina, su exnovia, de la cual se separó en el 2006, antes de contraer el virus. Gary se infectó en la cárcel, adonde llegó por hurto. En el 2009 quiso ingresar al Ejército, pero lo rechazaron por ser seropositivo. Así se enteró. Dos años después enfermó de TBC y en noviembre del 2012 entró por primera vez a Algo bello para Dios, que lo ha acogido en tres ocasiones. "Ya me siento mejor", dice con optimismo, a pesar de estar en silla de ruedas debido a un tumor cerebral.

Población clave. "Yo supe que tenía el VIH en el año 2002, cuando a los homosexuales se nos exigía hacernos el control", revela Gilbert. Como él, cientos de miembros de la comunidad gay de Loreto han sido afectados por el mal. "En el 2011 hicimos un estudio y descubrimos que 11 de cada 100 individuos homosexuales o 'trans' estaban infectados", comenta María Herrera, de la Dirección Regional de Salud (Diresa).

Pero detrás de cada número en las estadísticas hay un ser humano. "Soy estilista y trabajo desde muy joven", dice Gilbert con orgullo. Su sueño es coger las tijeras nuevamente. Solo necesita volver a ver. La ceguera es muy común en casos de VIH. Ocurre sobre todo cuando el agente patógeno citomegalovirus ataca la retina. "La primera vez que perdí la vista fue en diciembre del año pasado. Vine acá, la recuperé y me dieron de alta en mayo. Sin embargo, no podía pagar el tratamiento para la visión y nuevamente la perdí", manifiesta. Hoy está otra vez con el padre Raymundo.

Grandes esperanzas. Silvia Barbarán nunca olvidará el sótano de EsSalud donde la gente hacía colas desesperada por conseguir tratamiento. Era el año 2001 y el Minsa todavía no brindaba las medicinas. La única opción era ir a Lima y probar suerte. Gracias a la insistencia de su hermana, logró que le dieran los antirretrovirales. También empezó a asistir a grupos de ayuda. "Allí comencé a sentirme mejor, así que al volver a Iquitos decidí hacer algo similar", comenta.

Silvia trabajaba en escuelas y asentamientos humanos. Ahí tuvo contacto con casos de niños infectados y nació Lazos de vida, una asociación que aloja a menores seropositivos sin familiares directos. "Ellos saben lo que tienen. Tratamos de explicarles su problema y prepararlos para el futuro. Qué complicado va a ser", expresa, pensando en la discriminación que podrían sufrir más adelante.

Actualmente, la transmisión vertical (de madre a bebé) del VIH se combate con un tratamiento especial, parto por cesárea y suspensión de la lactancia. Según cifras oficiales, hay 35 casos registrados en Loreto. De acuerdo con María Herrera, el problema surge cuando la madre vuelve a dar pecho (el Minsa solo asegura la leche hasta el sexto mes), o cuando simplemente la gestante no se presenta al tratamiento (hay que tener en cuenta que muchos de estos casos ocurren en zonas alejadas). Afortunadamente, hay gente como Silvia y el padre Raymundo que buscan hacer algo por las víctimas.