Páginas de Gloria: Desaparecidos en el Cautiverio
Páginas de Gloria: Desaparecidos en el Cautiverio

La única revancha que puede tener un desaparecido es asomarse de cuando en cuando por las ventanas del recuerdo. La única voz que le queda, es aquella que lo nombra, resucitándolo.

Una tarde de Agosto como esta, la anciana doña Hermelinda Rejas de Gonzáles en compañía de sus hijas Alina, Modesta, Dina, Agripina y Eva, tuvo que abandonar su querida Tacna para siempre con rumbo a Bolivia, obligada por un infame mandato expedido por la intendencia policial chilena, acusada de haber cometido el terrible delito de reclamar por sus hijos desaparecidos.

Imagino su dolor, su desesperación, su llanto, al ver que dejaba atrás su tierra, sus recuerdos, su vida, pero sobre todo, dejaba lo más amado por una madre: sus hijos, los adorados frutos de su vientre.

Juan y Aquilino Gonzales Rejas eran dos jóvenes agricultores tacneños radicados en Calana. Hombres de campo, sinceros, patriotas, vivían una vida retirada, amparados bajo los molles y las vilcas de su chacra. Habiendo nacido en cautiverio, conservaban intacto el amor al Perú, esa Patria invisible cuya gloria solo conocían por los relatos de sus padres. Esa Patria ausente a la que adoraban en secreto entre las buganvillas de la campiña, clandestinamente, manteniéndola viva en el corazón a pesar de los diarios abusos, las muertes, los atropellos y de que quisieron arrancársela con crueldad.

La mañana del 16 de julio de 1925, ambos jóvenes fueron citados al cuartel Rancagua con carácter de urgente, mandato que desconocieron pues sabían que serían obligados por la falsa autoridad a viajar a Santiago de Chile, con el objeto de mostrar su adhesión al presidente Alessandri, cumpliendo con su "deber" en su condición de "chilenos".

Aquel día los jóvenes continuaron con sus labores cotidianas sin inmutarse. Sabían perfectamente lo que vendría, eran conscientes de las consecuencias funestas de sus actos, sin embargo, no tuvieron nada que pensar: eran peruanos y morirían como peruanos.

Esa misma tarde un contingente de carabineros los apresó. Fueron conducidos a la fuerza al cuartel Velásquez de Tacna, donde se les ordenó esperar al general Fernández Pradel, el temido jefe de la policía chilena. Aproximadamente a las 8 de la noche, y ante la ausencia del citado oficial en un acto premeditado, Juan y Aquilino son dejados en libertad.

Los hermanos retornan entonces hacia Calana confundidos, sabían que nada estaba claro, sabían que el invasor preparaba alguna trampa digna de su condición delincuencial.

Imagino lo que debieron haber pensado en esos momentos mientras cabalgaban hacia sus pagos. ¿Escapar? ¿Vivir con una sentencia de muerte para siempre? Tal vez decidieron continuar su camino evocando aquellos versos de Barreto en espera de lo peor: ¡Nada importa! ¡Que venga el que asesina! ¡Preferible es morir que ser esclavo!

Según algunos relatos de la época, incluida una carta anónima recibida por sus hermanas en La Paz, Juan y Aquilino Gonzales Rejas fueron detenidos en una emboscada perpetrada por carabineros a caballo en el sector de Chorrillos y obligados a dirigirse por el llamado Alto Blanco rumbo a la Quebrada del Diablo, donde fueron victimados a balazos. Pero eso forma parte de la leyenda.

Lo cierto es que nunca más se supo de ellos. Días después su madre y sus hermanas debieron huir ante la amenaza del cobarde invasor, que no permitía que se indague sobre sus asesinatos.

Como ellos, igual destino tuvieron los hermanos Miguel y Mateo Reynoso Vigil, de 24 y 18 años respectivamente, a los que los detuvieron acusándolos de haber incendiado una casa cercana a sus tierras, en Pocollay, en la que murió un sargento chileno.

Otro desaparecido en 1925 fue el tacneño José Gambetta Correa, que llegó desde Tarapacá a cumplir con su deber de votar por el Perú en el frustrado plebiscito, trayendo consigo, en un acto heroico, las listas de los tacneños y ariqueños que vendrían a sufragar a favor de la causa peruana. José Gambetta Correa desapareció junto a su hijita Clarita de 8 años de edad. Un muestra más de la cobardía insana del miserable invasor. Que no solo atacaba en grupo, solo cuando estaba seguro que la ventaja numérica le auguraba el triunfo, sino que además tuvo la bajeza, solo digna de los cobardes, de asesinar a una niña inocente, cuyo único "crimen" había sido el de acompañar a su patriota padre a cumplir con su deber de tacneño y de peruano.

Esta es pues parte de la historia de Tacna que no se cuenta en las escuelas. Como estos casos existen muchísimos más, en los que el factor común es el asesinato, el abuso, la violación y la desaparición de humildes vecinos, de gente del pueblo.

Hoy que tenemos casi todo y creemos merecernos más, el ejemplo de estos patriotas del pueblo debería ser el principal motivo de una sincera reflexión. Deberíamos tratar de hacernos dignos de su sacrificio. Debería ser el punto de partida para terminar con el cáncer de la corrupción, del robo descarado, del cinismo, de la desunión que aqueja a muchos mal llamados tacneños, autoridades, funcionarios, servidores públicos, politiqueros de poca monta que esperan con ansías el botín, usando muchas veces la pobreza de la gente y, lo que es más vergonzoso, usando la identidad y los valores de Tacna para conseguirlo.

Pero también su ejemplo debería ser motivo de reflexión para aquellos que llegaron de fuera a poblar estas tierras y exigen y reclaman con violencia lo que no les pertenece. Lucrando con las tierras donde cayeron nuestros mártires, reclamando por servicios que no pagan, amenazando con echar abajo lo que tanto costó construir, inventándose naciones imaginarias y exhibiendo una falsa valentía, infelizmente demostrada durante las escaramuzas del conflicto bélico con Chile en la década de los 70s.

Hace algunos días alguien me dijo que era peligroso rebuscar en el pasado, que ya había pasado mucho tiempo, que deberíamos mirar el futuro con optimismo, buscando la integridad, la hermandad entre peruanos y chilenos. Yo no lo creo.

Yo no creo en aquellos que me estrechan una mano y con la otra sostienen el corvo traicionero. No creo en falsos abrazos ni muestras de admiración vanas. No creo en saludos protocolares con banda musical de estilo nazi y arreglos florales que ya vienen marchitos por venir de donde vienen. Tenemos vecinos, no hermanos.

Ojalá que el sacrificio de Juan y Aquilino Gonzales Rejas, Miguel y Mateo Reynoso Vigil, José Gambetta Correa y Clarita Gambetta, y de muchos otros tacneños no haya sido en vano. Ojalá que su recuerdo nos ilumine y nos haga mejorar como tacneños. Ojalá podamos ser dignos de sus horas de dolor. Ojalá que su ejemplo sea comentado en las mesas familiares de Tacna, sea expuesto a los niños y jóvenes principalmente, y trascienda los años y la indiferencia de muchos.

El día que los olvidemos no serán ellos los muertos, sino nosotros. E

El tacneño José Gambetta Correa, llegó desde Tarapacá a cumplir con su deber de votar por el Perú en el frustrado plebiscito, trayendo consigo, en un acto heroico, las listas de los tacneños y ariqueños que vendrían a sufragar a favor de la causa peruana. Gambetta desapareció junto a su hijita Clarita de 8 años de edad.

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