Desde hace 26 años, los familiares de los abatidos por el Ejército en Molinos-Jauja no solo tienen que vivir con el recuerdo de haber perdido a sus seres queridos de una terrible forma, sino de no poder velarlos y sepultarlos, pese a que fueron exhumados en 1995.
Guadalupe Hilario Rivas, es una de ellas, esposa del extinto Santiago Villaverde y de su sobrino Adolfo Villaverde Fernández, cuyos restos al igual que de otros 56 emerretistas, dos de nacionalidad boliviana, permanecen en el Instituto de Medicina Legal de Huancayo en espera de ser identificados.
Según narra Guadalupe Hilario, les anunciaron que en octubre del año pasado el proceso de reconocimiento, que incluye pruebas de ADN, debía acabar y finalmente les entregarían las osamentas; sin embargo, hasta hoy siguen igual desde cuando fueron sacados de la fosa común del cementerio de Jauja.
HISTORIA. Guadalupe aún recuerda que Santiago viajó en 1988 a la selva para cosechar café y se tardó varios meses. Pero en marzo de 1989 le envió una carta donde le anunció que para el día de la madre regresaría a casa con una gran sorpresa. No obstante, el 29 de abril de ese año vio en el periódico el nombre de su esposo como una de las víctimas del enfrentamiento en Molinos.
“Fui a Jauja, encontré su Libreta Electoral entonces supe que era verdad. Nosotros no tenemos la culpa de eso, solo queremos tener sus restos para darles cristiana sepultura”, narra.
En soledad. Ayer Guadalupe Hilario como coordinadora nacional de mujeres afectadas por el conflicto armado, propició una misa en Huancayo en honor a los caídos en Molinos, pero solo cinco personas asistieron.