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Consumada la batalla de Umachiri, aquella lluviosa mañana del 12 de marzo de 1815, la pampa de Macarimayo quedó convertida en un río de sangre por la pérdida de 13 mil valerosos patriotas, quienes se ofrendaron al mando del poeta arequipeño Mariano Melgar y del cusqueño exmilitar realista Mateo Pumacahua.

Pocos meses después, por disposición de la Corona Española, allí se erigió una capilla con la advocación a Santiago Apóstol, en clara alusión a la creencia de matamoros atribuida a Santiago el Mayor, por su defensa del cristianismo sobre los moros cuando demandaban la entrega de un centenar de doncellas como tributo, en el trono de Asturias.

Fue un escarmiento para quienes se alzaron contra el virreinato español.

Doscientos años después, dicha capilla sigue en pie en el predio de propiedad de Eusebio Ccoya Flores y la estatuilla de Santiago Apóstol permanece intacta, y aun ahora parece retumbar sobre los gruesos muros de adobe la frase atribuida al santo cuando venció a los moros con su espada al grito de: “¡Dios, ayuda a Santiago!”

Luis Ccoya López - Coronel, fue el propietario que más recuerdan hoy los umachireños sobre aquella pampa. Por eso, sus herederos han ido pasando de generación en generación, repiten la historia recibida de oídas y aún sienten el yugo castigador de la Iglesia Católica de aquellos tiempos de coloniaje español.

“Se levantó esta capilla para escarmentar a los indígenas, en señal de la victoria luego de la matanza en estas pampas. Mi bisabuelo me contó que aquí penaban mucho, eran las miles de almas que ofrendaron sus vidas, había cráneos, espadas, ropa y todo se fue perdiendo con los años”, refiere Eusebio, sin guardarse el brillo que en sus ojos produce saberse dueño de una pampa donde ocurrió la cruenta batalla de Umachiri.

El templo está hecho de adobe. Tiene en el altar tres hornacinas, la central alberga la imagen de Santiago blandiendo su espada. Tres campanas sin sello de origen yacen junto al atril del sermón y su estructura armoniza con cuadros de pintura cusqueña.

Detrás el altar se esconde un muro falso. Allí han sido refundidos los sables oxidados desenterrados en la pampa. “Lo hice por temor a ser metido preso en los años 80, cuando el terrorismo llegó hasta Umachiri y tal vez me podían confundir con un senderista y llevarme a prisión. No quería complicar mi vida de agricultor”, dice Ccoya mientras mira hacia la pampa, hoy colmada de avena forrajera para alimentar a su fino ganado lechero que es la base de su economía.

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