La corrupción: ¿Solo un problema de los políticos o una pandemia social?
La corrupción: ¿Solo un problema de los políticos o una pandemia social?

El pantano de la judicatura, así describía en 1902 el ensayista Manuel González Prada a nuestro sistema de justicia y se preguntaba: ¿Qué harán a puerta cerrada, cuando nadie los ve ni los oye?, si a vista de todo el país exponen “esa plasticidad no muy honrosa”.

El insigne tribuno bien podría estos días sonreír ante las escuchas telefónicas (“CNMaudios” o de la corrupción), que revelan mucho de lo que, a puerta cerrada, hacen los magistrados y sus asociados del mundillo político, empresarial y otros.

Ni en sus peores pesadillas -escribió el sociólogo Gonzalo Portocarrero en El Comercio- se le ocurrió pensar que la corrupción podría tener la extensión y la profundidad puestas en evidencia en las grabaciones logradas por el Ministerio Público.

Correo recurrió a dos reputados psicoanalistas para conocer sus impresiones y primeros apuntes sobre esta ola de corrupción que no es nueva ni exclusiva de la clase política.

Moisés Lemlij Malamud, doctor en Medicina por la UNMSM, psicoanalista- psiquiatra, profesor universitario e intelectual; y Luis Herrera Abad, psicoanalista y psicólogo de la PUCP y expresidente de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis, nos dan sus impresiones.

GRAN HIPOCRESÍA

“No estoy seguro que a tus lectores les guste lo que pienso de esto”, comenzó diciendo Lemlij desde Londres.

La corrupción que emerge de los audios no es un asunto enfocado en la judicatura, apunta sin miramientos. “No solo es un hábito de la judicatura; es nuestro hábito reflejado de manera brutal en el espejo del periodismo y la publicidad. Son espejos en donde nosotros nos estamos mirando”, asegura Lemlij.

A su juicio, la población, la sociedad toda, nosotros, en todos los niveles sociales, somos responsables.

“Nos estamos asqueando de lo que muestran los audios, porque no nos atrevemos a asumir las responsabilidades que nos corresponde, es decir, darnos cuenta de que nosotros somos iguales”, espeta.

“Todos sabíamos exactamente esto. Aquel que diga que es una sorpresa, nos está mintiendo, está mintiéndole al mundo”. El símil que se le ocurre a Lemlij es “arcada”.

“Tú ves una herida purulenta en tu pie y te da una arcada y, generalmente, vas a querer achacarla al médico, y no por haber estado bañándote una vez al mes. Nos hacemos del culo angosto”, sentencia.

Esto no es novedad, pues pasa desde el arribo de Francisco Pizarro, que asesina bajo acusaciones absurdas a Atahualpa, asevera. “De ahí salimos nosotros”, aguijonea.

¿Y el trasfondo psicoanalítico del concepto “roba, pero hace obra”?

“Nos gusta el pendejo que roba o nos da show. Se admira la pendejada. Esto no es cosa exclusiva del Perú”, precisa.

Explica que no existe una meritocracia sino la horda y el clan, los que están dentro o fuera, por raza, religión, etc.

“El problema es la exclusión del otro, que te lleva a la deshumanización del otro”.

Es decir, la pertenencia al clan: “Para mis amigos todo, para mis enemigos la ley”.

NEUTRALES

Lemlij destaca que sin importar cuán podrido es un sistema, siempre hay gente honesta. “El problema -reflexiona-, no es la gente honesta y los corruptos sino los neutrales, que son en verdad los grandes culpables”.

Recuerda que el viejo dicho es cierto: “Para que el mal triunfe, basta que los buenos se queden tranquilos”. Cita a Hannah Arendt, filósofa y teórica política alemana, sobre la banalidad del mal: los que hacen el mal no son los monstruos; son los buenos que se quedan tranquilos. “Si no hay militancia, no hay corrección”, redondea.

Sobre el juez César Hinostroza y el fiscal Pedro Chávarry, que aseguran no haber incurrido en ilegalidad, solo en falta ética, Lemlij comenta que “no hay peor cosa que el legalismo, la cosa aparentemente legal, el estar pegado a la letra, el burlar el espíritu de la ley”.

OPORTUNIDAD

“La gente se está escandalizando porque necesita show, esto es parte del espectáculo”, vuelve a lanzar Lemlij, y se pregunta si va a tener el Perú y su clase dirigente la capacidad de olvidarse de los arreglos bajo la mesa “y hacer su chamba”.

“¿O van a agarrar a unos cuantos chivos expiatorios, los van a colgar para dejar libres a todos los demás, como ha ocurrido con el caso Odebrecht?”.

“Tienes que ser brutal”, aconseja. “El escarmiento tiene que ser brutal, rápido; si es que se demora, pierde todo el impacto”.

En opinión del psicoanalista, el presidente Vizcarra tiene que asumir este compromiso de vida o muerte “o esto, como tantas cosas en el Perú, va a ser una más de esas oportunidades perdidas de las que Basadre nos hablaba”.

“Le tocó a Vizcarra estar en ese asiento. A él le tocará asumir esta responsabilidad. O la toma o la pierde”, añade Lemlij.

LODO EN LA CARA

El lodazal del sistema de justicia no era desconocido para los peruanos, anota el psicoanalista Luis Herrera Abad, pero “de todas maneras, estos audios nos han tirado a la cara lo que sabíamos pero que pretendíamos dejar que pasara”.

Cree Herrera Abad que la sociedad peruana en estos momentos ha tenido un derrumbe de valores. “Los sociólogos llaman a esto anomia. Y esto trae como consecuencia, una confusión. No se sabe a quién creer, qué hacer con claridad, en quién poder confiar. No se sabe qué va a pasar con el país. Hay dudas fuertes”, afirma.

Una sensación así “genera un clima de zozobra, un clima de angustia que se generaliza. Esa es mi primera apreciación”, comparte con este diario.

Desde el enfoque del psicoanálisis, somos un pueblo que ha sufrido mucho, recuerda Herrera.

“En la Conquista hemos tenido figuras paternas dominantes de otros mundos, Europa, España etc., que produjeron desde entonces una situación de dominio. Somos un pueblo muy fragmentado. Cada uno de los fragmentos mira con desconfianza al otro”.

Asegura, como psicólogo y psicoanalista, haber observado la aparición de una suerte de angustia muy intensa en muchos de sus pacientes. Lo ve también en la calle, un malestar reciente causado, a su modo de ver, por la crisis moral.

En particular, ve como profesor universitario una reacción de fastidio en los jóvenes estudiantes. “Eso hace propicia que aparezcan formas muy agresivas, como buscar en quién desahogarse. Esto aumenta los conflictos, los roces entre la gente, hay una exigencia de que se haga algo”, asegura.

LOS MEJORES, NO

Herrera intenta descubrir el tejido subconsciente detrás de algunas frases del juez Walter Ríos, como aquello de “por si acaso, no entran los mejores sino los mejores amigos”.

“Los amigos son los que entran, los hermanitos de mi corazón”, explica. Sin embargo, no hay necesariamente afecto en ese lenguaje aparentemente familiar plagado de diminutivos. A su juicio, alude a una red entre amigos, a que “somos cómplices”, pero sobre todo a que “es una persona cercana a mí porque piensa como yo”.

El juez Ríos instruye a un colaborador y le grita que los asuntos se resuelven con dinero y con abogados mafiosos. “El Estado se convierte en una suerte de botín, en ‘¿cuánto vamos a ganar nosotros?’”, comenta.

Herrera observa que los personajes de la corrupción pública, como el juez Hinostroza y otros, “dan la sensación de que no tienen un criterio moral que se llama sentimiento de culpa”.

Es lo que nos permite controlarnos cuando se daña a alguien, pero hay personas que no tienen sentimientos de culpa, son incapaces de reconocer que están haciendo mal, enfatiza.